Gorostiza en la Casa de la Cultura

EL FUEGO SIGUE ENCENDIDO

En Villa Gesell, la actividad teatral es intensa. Hay buenos directores, actores y una importante tradición de  representar autores argentinos de los que denominamos “clásicos”. Uno de los elegidos es Carlos Gorostiza. En esta ocasión, Claudio O’Connor eligió “Gracias por el fuego”, obra estrenada en 1982 en el Margarita Xirgu, en el marco de “Teatro abierto”, un movimiento de resistencia cultural contra la dictadura militar. En aquella ocasión, los actores fueron Carlos Carella, Leonor Manso y Marcelo Krass.

 

La obra

En “Hay que apagar el fuego”, el triángulo amoroso no es la fantasía de una mujer insatisfecha, que añora lo que no es ni fue, sino una realidad diaria. A Cayetano, el marido bombero que trabaja en una fábrica, con un sueldo magro, le va justo el dicho “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Niega la realidad de su matrimonio anteponiendo constantemente sus aspiraciones, a los reclamos de Líber. Su altruismo tiene una pata renga, en esa actitud hacia los demás no considera a la persona que tiene a su lado, que es el primer ser que necesita de él. Y Libertad, en su necesidad de huir a ese orden, le es infiel con Pascual, su amigo de siempre. “Líber” como la llama su marido– esconde su soledad y desgracia en una relación que no es más que un recreo cruel. La esencia de su existencia no la cambian esos encuentros fugaces, en el mismo lecho marital. El que –gracias a su “ceguera”– no evoluciona en ningún sentido es Cayetano. Llega al hogar herido, luego de una nueva performance como bombero voluntario, que lo llena de orgullo, y de lo único que desea hablar es de su ascenso a cabo. El resto no cuenta. Él continuará viendo el mundo a través de su lente. Cayetano es un pobre infeliz que no puede pensar en él mismo, tal como es, porque no ve a los otros tal como son.

Los personajes, en definitiva son bien de Gorostiza. Están metidos en un mundo real, pero viven su realidad, sin darse cuenta que esa actitud los margina. Y en definitiva, Cayetano, Pascual y Libertad son tres marginales que viven sus propias historias y las entrecruzan en ese encuentro casi kafkiano. En el mismo final de la historia, hay un encuentro entre Cayetano y Libertad. Ella  se arrepiente pero él seguirá en su mundo. Todo puede volver a pasar.

 

Una apuesta a la puesta

Habitualmente, los trabajos de O’Connor se caracterizan por la “economía escenográfica”. Nos mostro muchas veces un teatro experimental, en directa relación con Grotowski, que centraba su atención en el actor por encima de otros elementos teatrales, tales como el vestuario, la música y maquillaje. O’Connor suele  privilegiar incluso lo corporal sobre lo textual. En esta ocasión abrió el juego y la puesta ganó en calidad. Los elementos sobre el escenario escasos, apenas una mesa, pero hubo un muy buen juego de luces que transformó a las bambalinas transparentes en parte de la obra. Muy bueno también el recurso utilizado para “mostrar” la escena de sexo ente Pascual y Libertad.

Se pudo ver en este contexto el crecimiento de dos jóvenes trabajadores de la Casa de la Cultura, que hoy son vitales en cualquier proyecto teatral o musical: Sebastián Trimarchi en el sonido y Eric Reynoso en iluminación. Buena también la incidental música de Piazzola.

 

Los actores

El papel de Libertad lo interpretó Sandra Rutilo,  una actriz perfecta para el papel, sensible, interior, creíble y con una presencia que crece permanentemente. Su actuación le dio al papel lo que necesitaba: humor, sensualidad, emoción, sentimiento. No hay dudas que seguirá su crecimiento.
Pascual, tuvo la encarnadura de Martín Moreno. Fue una interpretación justa, atinada. Le dio al personaje simpatía, duda, humor, chispa y una presencia con una buscada locura.

Pedro Sevillano buscó interpretar al personaje central, ponerse en la piel de Cayetano y ver qué hace: si apaga el fuego o lo aviva para que se incendie todo, era un desafío. Actuar si se dio cuenta o no, si se hace o es, fue una búsqueda constante que se mantuvo durante toda la obra y se sumó además esa simpleza e ingenuidad que tiene este personaje. Alejado totalmente de roles anteriores, buscó  la transformación total, ser ese personaje y no actuarlo. El aporte de Agustín Martínez, dueño de un buen manejo corporal, le aportó  la plástica necesaria para cerrar el círculo virtuoso.

En síntesis, una obra para ver. El fuego del teatro en  Gesell está encendido y jamás se apagará.

 

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