NOSTALGIAS
Un cuento de Eduardo Minervino
No recuerdo como empezamos.
No recuerdo más que tus manos
acariciando mi rostro
y a mis dedos ensortijando tú cabello
No recuerdo más que susurros,
y besos ligeros y caricias,
y más besos.
No recuerdo más que mis manos
desabrochando tu ropa.
No recuerdo más que tu cuerpo
desnudo frente al mío.
Tu maravilloso cuerpo
de exactas proporciones,
de curvas perfectas, de tacto sedoso.
No recuerdo más que mis labios recorriéndote.
El mundo se había parado en este instante.
Salvo nosotros, nadie.
Solo recuerdo tus maravillosos labios
buscando los míos hasta fundirse
en el más profundo beso...
Y por fin nos encontramos, despacio, sin prisa.
Haciendo el amor como nunca.
Bien sabes cuánto te amaba en ese instante,
bien sabes cómo me amaste.
Y luego, las caricias y los besos más tranquilos,
como adormecidos.
Cómo recuerdo el momento
en que nos abrazamos en silencio,
como temiendo despertarnos del letargo
en el que estábamos sumidos.
Tanto puede amarte, amor mío,
tanto amor me diste, vida mía
que jamás podré olvidar ese primer encuentro.
Fue raro. Nos conocimos en una “milonga”. Puro tango. En el
momento en que cruzamos nuestras miradas por primera vez, sonaba
“Nostalgias”, de Cobián y Cadícamo:
“Quiero emborrachar mi corazón
para apagar un loco amor
que más que amor es un sufrir...
Y aquí vengo para eso,
a borrar antiguos besos
en los besos de otras bocas...”
Al principio no le di demasiada importancia, pero, después comprendí
que realmente nada es casual.
Era la primera vez que concurría ese lugar, el Bel Tango. Un espacio
cálido en el que se cena y se baila tango, milonga y por allí un
perdido vals. Claro que al Bel Motel, lo había conocido muchos años
atrás, compartiendo tardes y noches con Bonnie Favelis, su dueña,
una exquisita poeta y con Carlos Barocela, quien habitualmente
cantaba en ese cálido lugar de la zona norte de Villa Gesell. Ahora,
el salón y restaurante está alquilado.
No es tan sencillo comenzar allí un diálogo. O sí... Simplemente hay
que lanzarse a bailar... Y juntando coraje, Germán decidió acercarse
a su mesa y la invitó... Ella aceptó y comenzaron a bailar. El
primer tango fue “Sollozos”. La orquesta Fresedo.
“Es un clásico. Se baila mucho” le dijo. El estaba en silencio...
Sus cuerpos se mimetizaron. La sintió cada centímetro y su perfume,
irrespetuosamente, impregnaba sus fosas nasales. Cumplimos con la
rutina de “las milongas” En ellas, se dividen los bailes por
selecciones musicales llamadas "tandas". Cada tanda tiene entre 4 o
5 temas, siempre tocados por la misma orquesta. Bailamos. Además de
“Sollozos”; “Bahía Blanca”; “Milonguero Viejo” y “Re.Fa.Sí”. Entre
tango y tango nos presentamos. Se llamaba Soledad estaba a punto de
recibirse de arquitecta y le gustaba mucho el tango. Al terminar la
tanda le pregunté sí podía sentarme a su mesa y asintió con un gesto
y una sonrisa que me hizo temblar.
“¿Por qué te gusta tanto el tango? – le pregunte – no es habitual en
una mujer de tu edad...”
“¿Tenés mucho tiempo? - dijo mientras me miraba intensamente – así
te digo cuales son las razones” Asentí sonriendo y ella, sin
transición siguió hablando:
“El Tango es ese espacio compartido con el otro, es un encuentro
lleno de significados que se construyen en cada paso. Es poder
empezar de nuevo una y otra vez, no existen equivocaciones, solo
errores posibles de ser modificados para hacer un baile mejor.
Bailar tango es la sensación de estar volando... pero teniendo los
pies en la tierra. Bailar tango es sumergirse en un mundo interior,
donde se experimenta una viva sensación de libertad y la creatividad
se vuelve arte, un arte hecho movimiento, donde los sentidos se
ponen en juego y los deseos se hacen cuerpo. Bailar tango es
establecer siempre un nuevo acuerdo con el otro, es hablar un mismo
lenguaje, conocer un mismo código. Es ocupar un espacio común, donde
existen secretos que construyen una intimidad compartida. Dos
cuerpos enredados en un abrazo, que conecta y fusiona
subjetividades. Es un espacio lleno de contenido, impenetrable para
el que está fuera. Hay una misma energía, que circula de un cuerpo
al otro, renovándose en su andar... Por eso bailo tango”.
“Empezar de nuevo, una y otra vez, - dijiste - corrigiendo
errores... Me parece que me estaba oyendo” – afirmé.
“Es cierto – me contestó – solo que a veces no se ve ninguna luz
para seguir el nuevo camino. Y por eso, la caída es inevitable”
El encuentro
Casi no recordaba los años en que había decidido estar solo. “Son
demasiados – quizás – solía reprocharse por las noches, aun cuando
hacía frío – demasiados”. Por su vida habían pasado muchas mujeres.
Importantes algunas. Olvidables la mayoría. Ahora había decidido
volver a estar con el. Leía. Escribía. Pensaba. Mucho. Demasiado
quizás. La soledad era el tema preferido de sus últimos cuentos y
poemas. Tristemente, alguno de ellos trataba sobre la muerte. Pero
algo había cambiado.
Después de aquella primera noche de tangos hubo otras. Y caminatas
por la orilla del mar a la luz de la luna. Besos en la Playa de los
Milagros y allí, la magia que unió cuerpos y almas.
Es sabido que en Villa Gesell esta playa es el lugar de encuentros y
descubrimientos.
Está frente al centro Cultural Pipach, en la Avenida Buenos Aires.
Allí, nada es imposible. Se dice que si alguien espera el amanecer y
en el mismo momento en que aparece el sol pide que se cumplan sus
sueños, estos, irremediablemente comenzarán a transformarse en
realidad.
Nos sentamos en la arena, de cara al mar. "Aquí hay energía, mucha,
como la que tenemos nosotros... Como esa que comenzamos a
transmitirnos en la milonga” - dijo, mientras apoyaba su cabeza en
mi hombro.
“Quiero ir a tu casa – dijo apenas asomó el sol – ahí están tus
duendes. Esos que pueblan tus cuentos. Los que vos decís que te los
dictan al oído”.
Mí casa estaba cerca. Apenas entramos recordé la Playa de los
Milagros y pensé:
“Quizás sea este el momento del reencuentro. Quizás sea el momento
de intentar un final feliz.
Me miró a los ojos, y metiéndose en ellos me dijo "Esta vez será
diferente, ya lo verás”.
Confieso que no me sorprendió que ella supiera que estaba pensando.
Lentamente, disfrutando de cada paso, nos dirigimos al dormitorio.
Al llegar intenté poner música. “No lo hagas - me dijo - quiero oír
cada suspiro, hasta el menor ruido, que cada gemido de placer sea
solo nuestro. Que nada nos perturbe. Que también se metan dentro de
nosotros los maravillosos sonidos que producen un hombre y una mujer
cuando hacen el amor. Es una música celestial. Será inolvidable”.
Sin dejar de mirarnos nos quitamos la ropa. Al quedarnos desnudos
nos contemplamos con satisfacción. Su cuerpo era bello, perfecto.
También reconocí el perfume de su piel. Era tan especial como su
geografía. Nos arrodillamos en la cama y frente a frente comenzamos
a acariciarnos. Descubríamos cada centímetro de nuestros cuerpos
sintiendo un intenso placer al hacerlo. Lo hacíamos sin prisa, en
silencio. Se escuchaba únicamente nuestra respiración, que también
lentamente se fue transformando en jadeo. Nuestros labios se
buscaron y las lenguas se acariciaron. Era el momento justo. El
esperado durante cientos de años. Hicimos el amor. Fue fundacional
para los dos. Disfrutamos de todo. De las palabras apenas
susurradas, de los suspiros, de los olores... El placer que
experimentamos fue intenso. Nunca había sentido a una mujer de esa
manera. “Siempre esperé este momento - me dijo - sabía que te iba a
encontrar. Todo lo que sentí está dentro de mí. Como estuviste vos y
quiero que así permanezca. Quiero ir a tu casa”.
Tenés razón, no cabe duda.
Esta es mi casa
aquí sucedo,
aquí te espero,
aquí te sueño,
aquí te amo.
Esta es mi casa detenida en el tiempo.
Llega el invierno y me defiende,
la primavera y me despierta.
Tengo millones de huéspedes en mis sueños,
que ríen y comen,
tienen sexo y duermen,
juegan y piensan,
millones de huéspedes que se aburren
y tienen pesadillas y ataques de nervios.
No cabe duda.
Esta es mi casa.
Pero algo cambió desde que llegaste a ella.
Deberé decir este es nuestro hogar porque tiene tu presencia.
El hogar es el lugar donde los que se aman tejen sus sueños
O sea, tenés razón, solo en parte.
Te corrijo: Este es nuestro hogar.
Y tu casa, también lo es...
O sea, tenés razón, pero no del todo.
Por que una casa es el lugar donde dos amantes se encuentran.
Un hogar es donde dos personas que se aman hacen el amor...
Y sueñan, y creen en sus sueños, y trabajan para hacerlos realidad.
Cambiemos entonces las palabras.
Vivamos el amor en nuestros hogares.
Decidimos vivir juntos. Transformar la casa en hogar. Ella, mientras
tanto, seguiría con su carrera universitaria.
El tango, fatalmente...
Todo fue un sueño real. Los dos sabíamos que éramos lo que
buscábamos, no lo que encontrábamos. Los fines de semana eran
sublimes. Vivíamos cada minuto intensamente y prácticamente no
dormíamos. A la milonga le agregamos otras salidas. Teatro
fundamentalmente y hasta fútbol alguna vez: “Sí es parte de tu vida,
también es de la mía” – me dijo la primera vez que fuimos a la
cancha, un domingo de primavera.
El domingo era nuestro día más odiado. Y al que más nos aferrábamos.
Ella, el unes muy temprano viaja a Mar del Plata, donde se quedaba
hasta el viernes. El despertar de ese día era casi cruel.
La extrañaba. Me extrañaba. Nos extrañábamos.
Te imagino como siempre
dando vueltas en casa
rodeada de nuestras cosas
pensando en mí.
Imagino todas nuestras canciones
Nostagio cada hora más
y esa nostalgia que asfixia.
Me imaginarás como siempre
sonriéndote, haciéndote cosquillas
y en verdad estoy aquí
rodeado de cosas que vos ayer miraste o tocaste.
Pensando en vos.
Oyendo todas nuestras canciones.
Recordando los más hermosos recuerdos.
Pero finalmente caigo otra vez
Y sufro esta lejanía infame,
esta nostalgia que asfixia.
Nostalgia. Esa era la palabra... Escribió Mario Benedetti: “...
Después de todo la nostalgia existe/ aunque no lloremos en los
andenes fantasmales/ ni sobre las almohadas de candor/ ni bajo el
cielo opaco/. Yo nostalgio/ tú nostalgias/ y como me revienta que él
nostalgie”.
Un fin de semana ella no vino a Gesell. Dijo que tenía exámenes...
El recuerdo
No fue fácil vivirlo. Nada de lo que podía hacer alcanzaba a
disimular su ausencia...
Desde que la conoció pasaron juntos todos los fines de semana...
Esa noche, la tormenta se había desatado y la lluvia pegaba con
fuerza sobre la ventana de su casa ubicaba a metros de la playa,
encendió un Benson, se sirvió una copa de vino tinto, y le escribió
un poema...
No pasa siempre;
sólo ocurre cuando,
ocupando mis sentidos
en otras sensaciones,
olvido por un mínimo instante
la profundidad que nos une.
Imagino tu ropa ahí colgada,
o tu cartera, tu perfume;
alguna ropa interior
dudando entre equilibrio y suelo,
cualquier cosa que represente tu existencia;
Así, como si fuese de pronto;
como si una hora antes
tu presencia no existiera,
tomo conciencia de vos
y retomo, nuevamente,
la escena de profundidades
y felicidades ciertas.
Luego buscó música en su PC y cerró los ojos escuchando a Billie
Holiday. Ella lo acompañaba en su soledad desde hacía años. Y esa
noche se sentía solo.
La semana
No tuvo mucho tiempo de añorar, metido en su libro. La novela que
estaba terminando le exigía mucha concentración. De cualquier
manera, notó que hasta sus personajes, esos que a veces se mostraban
esquivos y le impedían terminarla, esta vez estaban tristes. Como
él.
Tomo una decisión. Dejó todo sin terminar y viajó a Mar del Plata.
Le daría una sorpresa.
El retorno
No hubo necesidad de explicaciones. Cuando llegó a su departamento
ella le dijo: “No lo pude evitar. Es mí pasado que siempre vuelve.
Por eso te decía lo del tango. Equivocarse. Volver....".
Él, simplemente le dijo: “Mañana te envío tus cosas”.
A partir de esa noche, antes de dormir, sentado junto a la ventana
que da al mar, mientras toma su Blenders escucha “Nostalgias”
“...Gime, bandoneón, tu tango gris,
quizá a ti te hiera igual
algún amor sentimental...”
AUDIO “NOSTALGIAS” CANTA MARÍA GRAÑA |