• Historias de Germania

    PINTO AMORES

    Una de las personas que más influyeron en mí niñez, fue la abuela Josefina. Por ella, desde muy pequeño me acerqué a la Iglesia Católica y me transformé en visitante cotidiano de la Capilla Sagrado Corazón de Jesús. Claro que iba al culto de los domingos, pero, lo de visitante le agrega un condimento extra. La abuela tenía la llave de la capilla y me la facilitaba para que yo pueda ir en cualquier momento, a rezar en paz y… ¡tocar el armonio!, el mismo que ejecutaba la Tía Adelfa. Por aquellos tiempos estudiaba Piano, Teoría y Solfeo con Martha Bassagaistegui y me gustaba como sonaban las lecciones en la capilla. Y no voy a contar que, de vez en cuando, bebía algún sorbo de vino de misa…  Esto es ya una confesión…

    Los domingos eran una fiesta, aunque recuerdo los rostros serios y las miradas torvas de los hombres que participaban del culto ubicados de pié, al final de la nave.

    Tenía una fluida relación con el cura Martinet y con lamentablemente desaparecido  “Tabaco” Balvidare, el monaguillo que lo acompañaba…. casi siempre. Cuando no lo hacía, a su rol lo desempeñaba yo. Con el “cura” viajaba a Pinto muchos domingos, sobre todo cuando parecía que iba a llover el lunes. El espíritu revolucionario empezaba a movilizarme y en muchos de los viajes, debatía con quien también era el profesor de Francés y Educación Democrática, sobre lo que yo consideraba una antigüedad y también uno de los motivos que impedían a la gente de todos los días acercarse a la Iglesia Católica: La Misa en latín y de espaldas. Era la llamada “Misa Tridentina”. Por esos años comenzaron a producirse los cambios, ya que la misa en latín dejo de usarse después de que el Concilio Vaticano Segundo, celebrado entre 1962 y 1965, ordenó la introducción gradual de misas en idiomas locales.

    Pero…

    El Vaticano ha presentado hace unos años,  el documento del Papa que facilita la celebración de la misa en latín, acompañado de una carta suya en la que subraya que el Misal salido del Concilio Vaticano II "es y permanece" como la forma "normal" de la liturgia y que el tridentino es el "extraordinario".

    Benedicto XVI precisó que la misa en latín según el rito tridentino nunca fue jurídicamente suspendida y siempre estuvo permitida y que en estos años muchas personas y movimientos como el del cismático arzobispo Lefebvre permanecían ligadas a la misma, de ahí la necesidad de un reglamento más claro para llegar, además, a "una reconciliación interna en el seno de la Iglesia".

    Con esas palabras, según observadores vaticanos, el Papa Ratzinger ha tendido la mano al movimiento cismático del fallecido arzobispo francés, férreo defensor de la tradición y la liturgia tridentina, que no reconoce el Concilio Vaticano II.

    "Se trata de llegar a una reconciliación interna en el seno de la Iglesia. Mirando atrás se tiene la impresión de que en momentos críticos, en los que la división surgía, los responsables de la Iglesia no hicieron lo suficiente para conservar la reconciliación y la unidad. Esa mirada nos impone una obligación: hacer todos los esfuerzos para que todos aquellos que tienen verdadero deseo de unidad les sea posible", escribió el Papa. Esto es historia reciente…. Casi un intento de volver atrás, pero… Lo tomamos como dice el Obispo: Un intento de unidad, que no rompieron los católicos que respetan los Concilios, si no aquellos que lo negaron cuando no les gustó lo que decían.

    En aquellos años, la Iglesia constituía una inmensa caldera cuya válvula ya no se podía mantener cerrada artificialmente. Por el contrario, los papas progresistas de los años 60, Juan XXIII y Paulo VI, decidieron liberar estas fuerzas, y su reflejo principal fue, precisamente, el Concilio Vaticano II.

    En Latinoamérica estas ideas y fuerzas sociales en movimiento se conjugaron en la Conferencia de Medellín, que reunió a los obispos del subcontinente en julio de 1968.

    Vale la pena anotar, sin poner en duda la sinceridad de los papas y obispos que pusieron en marcha los cambios en el seno eclesiástico, que la Iglesia, fuertemente marcada por sus anteriores compromisos con el poder, se enfrentaba ahora a una gravísima crisis, una de cuyas principales expresiones fue la caída de las vocaciones sacerdotales.

    Renovarse o quedarse sin tropa era la alternativa que enfrentaba la jerarquía.

    Así surgieron los curas tercermundistas, con gran fuerza en Latinoamérica y un fuerte crecimiento en Argentina. Pero, ese será otro tema.

    Lo cierto es que entre lecciones de moral y debates sobre el rol de la Iglesia, Martinet me llevaba muchos domingos hasta la cabecera del Partido.  Con l tiempo libre, iba al cine y luego volvía a la pensión, donde con muchas expectativas, esperaba el lunes para ir al colegio, meterme en ese berenjenal de 12 o más materias y vibrar cada vez que se  acercaba mí novia o la que estaba por serlo. Aquellos noviazgos eran muy especiales: Besos, algunas caricias, muchas intenciones de ir “más allá” y barreras imposibles de superar… Siento una gran ternura cuando las recuerdo…. A las primeras, las más niñas, las de “la secundaria” y a las de la  juventud, aquellas de las que me enamoré (en aquellos tiempos nos enamorábamos perdidamente), cuando era una visita en Pinto, ya que estudiaba en Junín o en Rosario. Todos los momentos vividos fueron excepcionales. Inolvidables.

    La “vuelta al perro” era un clásico. Premeditadamente, los varones íbamos en un sentido. Las mujeres en otro. Un punto de encuentro era el Kiosco del “Viejo Correa”, donde comprábamos cigarrillos sueltos. Y donde, un  día compré los primeros preservativos. Nos esperaba,  así, en plural, a mí y un par de amigos, cuyos nombres también reservaré, por eso que ya son abuelos, una mujer muy conocida en el pueblo, Habíamos arreglado un  precio y un horario. Fue el descubrimiento del sexo. No traumático, si no, casi cómico. El retorno fue grandioso. Hicimos el largo recorrido a pie hasta Pintense hablando de lo que habíamos vivido. Allí, obviamente, “ya hombres”, bebimos alcohol. Yo una ginebra, mis amigos,  gin cola.  Fumamos y jugamos a las cartas. Al día siguiente, en el Colegio, nos sentíamos héroes. Algunos compañeros se acercaban a preguntar “cómo era”. Y las niñas que se enteraron de “nuestra hazaña”, nos observaban  de otra manera. Por la mirada socarrona con que nos dedicaban,  suponíamos que algunos profesores también lo sabían.

    Ese día, teníamos música. La profesora era la Sra. de Rodríguez, muy querida por todos, a la que recuerdo emprendiendo con fuerza la parte instrumental del Himno Nacional, esa rápida, que antecede al final, mientras nosotros esperábamos una casi segura equivocación. . Ella era la   mamá de “Chojoro”, compañero de año,  de Marvi y Ethel. Estábamos ensayando “Zamba de las tolderías”, de Buenaventura Luna. Una parte de la letra decía:

     

    “Estruendo de los malones,

    ardor de la correría;

    tostada de amores indios

    cobriza la tierra mía.

     

    Amansada de distancias

    de largo tiempo sufrido,

    mi zamba viene avanzando

    del toldo donde ha nacido”.

     

    Con mis compañeros de correrías nos miramos y una sonrisa cómplice no hizo recordar “aquel momento”.

     
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