Sobre el amor y otras cosas no menos importantes

EL TIEMPO DEL NO TIEMPO

Un cuento de Eduardo Minervino

 

Ven esta noche,
ven todas las noches,
ven con los pies descalzos,
con tu alma desnuda,
con la sed encendida.

 

Desnúdate urgente,
entrégame tu rabia,
deja el mundo en mi lecho.
que cuando tu cuerpo explote,

y tu boca calle en un grito ausente,
allí estaré yo,

para abrazar tus restos,

y cuidar tus sueños.

 

Nunca pensé en hablar de la eternidad. Jamás. Todo es efímero en la vida. Aún el amor.  Pero, como se estaban presentando las cosas esa noche, debería empezar a reconsiderar el aserto. “Sí nada es definitivo, por qué va a ser eterna tu definición. Lógicamente, también es efímera – me dijo – Este puede ser, por lo tanto, el primer día de nuestra eternidad”. Riéndose de mi desconcierto agregó: “No son los mismos nuestros tiempos. El tuyo es urgente. El mío no. Es mío es el no tiempo”. Yo no entendía que me quería decir hasta que un día, me di cuenta.

Un atardecer, caminando por la Avenida Pueyrredón llegué a la Plaza Francia. Me llamó la atención en forma inmediata. Jean ajustado, campera negra, camisa blanca y botas. Era el tiempo de la guerra de las Malvinas y Cecilia – me dijo luego que se llamaba así – discutía en inglés con una pareja de turistas. Al verme llegar, como buscando apoyo me dijo: “A vos te parece que anden por acá  como si no les importara nada. Que se vayan a la mierda”. Después, estábamos en la puerta de La Biela. “No se por que carajo te sigo –dijo – no tengo nada que ver con este lugar. Y estoy segura que con vos tampoco”. Tenía 16 años. Yo 25. No estuvimos mucho tiempo en el lugar. Apenas habíamos tomado el café ella me dijo: “Ya está bien, basta – hablábamos de Nieztche – vamos de una vez”. Y fuimos. En el hotel, apenas entramos me dijo “Desde que te vi quería acostarme con vos... Para que vamos a andar con vueltas... Y, vos ¿me vas a escribir un poema con esto que nos pasa?”. Le dije que sí, claro, le juré a su pedido. No quería que nada le hiciera cambiar de idea. Tenía un cuerpo hermoso. Su adolescencia era solo cronológica. Era una mujer. Una amante perfecta. “Mirá boludo sí te denuncio. Soy menor de edad – me dijo mientras reía – Pero no lo voy a hacer. Me gusta como hacés el amor, y quiero que nos veamos siempre”.

Cuando salíamos me recordó la promesa: “Me vas a escribir un poema, no lo olvides... Pero no vayas a mencionar este chupón –agregó, señalando su cuello- ¡Es un papelón!”. Se negó a darme su teléfono. “Yo te voy a encontrar. Siempre. No temas. Desde hoy entré en tu vida”. “Pero – le dije -como nos vamos a encontrar sí no sabemos nada uno del otro. Eso es imposible”.  Cecilia me miró. Separó apenas sus labios como si estuviera a punto de decir algo que finamente, no dijo. “Vos que sabés” – murmuró.

No la volví a ver hasta 15 años más tarde. Podría decir como explicación que por aquellos años, los grandes  amores no duraban demasiado. Hay que defenderse del paso del tiempo por que no es bueno ver como la persona que está a tu lado envejece. Yo tenía 40 años.

“¡Hola!” – Dijo Cecilia. 

Yo estaba sentado en un bar de Córdoba y Florida, preparando mí viaje a Villa Gesell. Pero, minutos antes, había comenzado a escribir un poema. Añoranzas del Buenos Aires que estaba a punto de abandonar, se llamaba “Plaza Francia”. Tenía puesto el mismo jean, la misma camisa, la misma campera. Seguía teniendo 16 años. Era ella y tenía la misma edad de la primera vez. Cuando lo imposible empieza a suceder, lo que hay que hacer es tomarlo con naturalidad.

“¡Hola!” le contesté.

“Después del chupón que me pegaste ayer, ni siquiera me preguntás por mí cuello” – dijo.

“Para mí pasaron como quince años” – le dije.

“Sí –dijo – pero vos no sabés nada”.

Lo supe desde la primera vez que la vi. Cecilia estaba en otra realidad. Otro tiempo. No era el mío.

“Esto no es posible – le dije – no puede ser real”

“Como no va a serlo  - me dijo – Vamos a hacer el amor, como ayer, así te terminás de convencer”.

“¿Cuándo te vas a Gesell?” - me preguntó de improviso.

“¿Y vos como sabés que me voy a Gesell? – repregunté sorprendido.

“Yo lo se... vos no sabés... Es otra cosa”

Pasamos todo el día juntos. Caminamos por toda la ciudad. Al pasar por un puesto de flores, la florista me dijo: ¿Por qué no le compra flores a su hija?...

Ella le dijo: “¡No es mi papá, es mi amante!”. “Con más razón entonces”– espetó la vendedora. Le regalé un ramo de violetas. Ella eligió, un ramo de violetas.

“Viste – dijo – pegando su boca en mi oído – le parece natural”

“No es así – no es natural que un hombre de 40 años se pasee por la ciudad abrazado con una nena de 16 años y que además, no existe”.

De cualquier manera le pregunté cuando nos volveríamos a ver...

“Mañana” – me dijo.

“¿Y cuando es mañana para mí?” le pregunté...

“¡Ufa! –dijo- mañana es mañana”.

En una de mis crisis perceptivas, había decidido pasar la noche en la playa. Mientras esperaba el amanecer en la Playa de los Milagros, ella se sentó a mí lado.

“Shhh – dijo – no hablemos... Ya sale el sol... Hoy es mañana. Y esta playa es mágica”.

Por supuesto, no le pregunté nada... Simplemente la abracé.

Apenas el sol hubo asomado, ella me dijo: “Escribiste al final el poema. Lo leí. Lo reconocí inmediatamente entre todos”.

Me besó el cuello y me dijo:”Mirá, al final se me fue el chupón. Me duró dos días, pero finalmente, me pasé un peine y lo hice desaparecer”.

Dos días dijo. Para mí, habían pasado 25 años. Ella seguía siendo la misma adolescente de 16 años... Yo ya andaba por los 50 y tenía hijos de su edad.

Me había separado hacía muy poco tiempo y vivía frente al mar...

“Vamos a casa – le dije – te necesito”

“Sí,  vamos... Quiero estar con vos. Ya hace tres días que te conozco. Y quiero que me hagas el amor. Siempre”.

Entramos a casa y cuando intenté cerrar la ventana ella me pidió que dejara todo así, como estaba. Que nunca había estado en el mar y que quería oírlo mientras estaba conmigo. A media tarde bajamos a la playa... Ella mojó sus pies en el pelo del mar y me dijo. “Pucha, que lindo que es tu lugar... como me gusta. Es cierto que tiene magia, como vos escribís siempre. Y que esta playa es la Playa de los Milagros. Un milagro, quizás...”.

“¡Quedate – le dije entonces – quedate!”.

“No – me dijo - Vos no sabés nada, nada. Yo se”

Eso significaba que apenas asomara el sol, no estaría más a mi lado... Y mi mañana en su mañana,  no se cuando sería.

Hicimos el amor hasta quedar exhaustos. Yo me desperté pasado el mediodía.

Y al tender mí mano, inesperadamente, me encontré con la suya. Ella la tomó, la acarició muy suavemente y dijo... “Fue la Playa de los Milagros... Ahora te puedo responder... Mañana... mañana  es todos los días”.

 

 
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