Sobre el amor y otras cosas no menos importantes

EL MENSAJE

Un cuento de Eduardo Minervino

 

Voy a cerrar los ojos en voz baja
voy a meterme a tientas en el sueño.
En este instante el odio no trabaja
para la muerte que es su pobre dueño
la voluntad suspende su latido
y yo me siento lejos, tan pequeño

que a Dios invoco, pero no le pido
nada, con tal de compartir apenas
este universo que hemos conseguido

por las malas y a veces por las buenas.
¿Por qué el mundo soñado no es el mismo
que este mundo de muerte a manos llenas?

Mi pesadilla es siempre el optimismo:
me duermo débil, sueño que soy fuerte,
pero el futuro aguarda. Es un abismo.

No me lo digan cuando me despierte.

 

Mario Benedetti. 

Hasta mañana

 

Los dos momentos significaban para Jorge algo muy especial. El anochecer le recordaba el primer beso, que allí en la Playa de Los Milagros, se dieron con Patricia. El amanecer, el descubrimiento. Cada salida de sol en el horizonte marino traía a su mente el estremecimiento del amor fundacional, del sexo vivido en plenitud. “Nunca amé así en mi vida – le dijo Patricia aquel amanecer en la Playa de los Milagros – además, el sonido de las olas crearon la canción más hermosa que escuché en mí vida” Y apoyando su busto desnudo en el desnudo pecho de Jorge agregó: “Nunca jamás olvidaré este momento “.

“Me siento barco de papel en nuestras mareas y llego hasta tus ojos para ahogarme de color, de luz, de sol – le contestó el – Todo es diferente. Esto es el amor. Nada más que el amor. Sin palabras de más..... Solo el amor”. Luego se vistieron lentamente, y abrazados, se quedaron mirando el mar por un par de horas. En silencio... No necesitaban hablar más ese día. Todo estaba dicho y hecho.

“Nos recreamos en la magia del silencio. Cantamos en el, inventamos melodías, dejamos que vuele nuestro corazón viajero.... Somos libres en el para querernos de la manera que soñamos hacerlo – dijo Patricia – Con vos ya no soy la soledad y el desconsuelo” – agregó. 

Todos los amaneceres Jorge recordaba esos diálogos. Eran parte de su vida.  Pero ahora estaba solo, esperando sin saber que esperar. Perdida su mirada en el horizonte marino casi rogaba: “Mar enséñame a olvidar el cielo que perdí. Las huellas que dejé no saben donde ir y aún estoy aquí, mirándome llorar. Mar antiguo y dulce mar, ayúdame a creer que todavía, todo es posible”

“Corramos.... Vamos.... La playa es nuestra”– dijo feliz aquella tarde Patricia.

Tras de ellos, los siempre rebeldes perros de la playa, jugaban festejando su alegría.

Riendo llegaron hasta el muelle. Allí, viendo revolotear las gaviotas, Patricia recordó un cuento. “Era el amor entre un ángel y una mujer... Las gaviotas, eran las compañeras de vuelo. Los ángeles del mar.... Todo pasó acá, en este muelle. El un día, ella, simplemente desapareció. Era un ángel”. Y sin transición agregó: “Yo quiero enviarte un mensaje en una botella..... Si nos dejamos de ver... Únicamente el podrá reencontrarnos. Entonces sabremos que hacer.... Será nuestra mágica prueba”.  Escribió nerviosamente en un papel, lo colocó en la botella, la cerró y desde el extremo del muelle la arrojó al mar. “Si esto que nos pasa es verdad, lo encontrarás algún día – le dijo a Jorge – no importa cuando sea. Si vuelve a tus manos, el milagro se habrá cumplido. Nos volveremos a ver. Y ya nunca nos separaremos”.

Jorge volvió a la Playa de los Milagros al anochecer. Sabía que ese era el horario en que la marea llegaba a su máxima expresión. Únicamente la marea alta podría traer su botella. A pesar de los años, siempre soñaba con encontrar esa botella, su botella. Pero con las manos vacías, terminaba hablando en voz baja, como si estuviera rezando una letanía: “La marea y el olvido vienen a llevarme el corazón y ya no se quien soy. La ausencia va conmigo. Mar, mi viejo mar, dueño de las mareas, desátame de tanta soledad”. 

La mayoría de las noches cenaban en la casa de Jorge. El vivía solo desde que se había separado. La ventana del comedor daba a la Playa de los Milagros. Frente a ella, solían hablar del amor, de los desafíos que este solía plantear: “No hay manera de no arriesgarse a perder. No hay manera de resistir su poder. No hay manera de no entregarse al abrazo. Aunque duela algún fracaso y haya miedo o dolor. Hay que amar. Y saber volar” le dijo mirándolo a los ojos Patricia.

“Mi playa es diferente a la tuya – le decía siempre Patricia - La tuya es paz. La mía movimiento. La tuya gaviotas. La mía barcos”.

Jorge seguía caminando con tristeza por la vereda del tiempo. Siempre en silencio. Los geselinos estaban acostumbrados a su paso. Ninguno le decía nada, pero todos sabían de su gran amor. Y lo respetaban. A los que aman siempre se los debe respetar.

“Cuando no estemos juntos – anticipaba Patricia – estarás en mi mirada.... Yo con ella te estaré buscando. Bastará con ella”

La última noche que hicieron el amor Patricia le dijo mientras lo miraba profundamente:

“Quedó enredado mi silencio en tu pelo y a todas mis palabras las dejaste atadas”

Y sorpresivamente, le hizo una propuesta: “Cambiemos los relojes como recuerdo de estas,  nuestras horas”.  

Esa noche, de luna llena, Jorge pensaba: “Debo reclamarte que tu reloj atrasa y me lleva a tu sonrisa. Luego se adelanta y me deja en el vacío de la partida. No encuentro la forma de cambiar al fecha en Viernes detenida. Que le has hecho al tiempo que no puedo despertar hacia la vida.”

Tristemente decidió bajar a la playa. No lo tenía previsto, pero lo hizo instintivamente. Caminó hacia la Playa de los Milagros y se acodó en la baranda de la rambla, que en ese sitio, penetra unos metros sobre la arena. De pronto vio que la luna se reflejaba en un objeto que estaba apretado entre las dos únicas piedras de la zona. Se  acercó a ellas y su corazón latió con fuerza cuando se dio que se trataba de una botella. La tomó entre sus manos y descubrió que dentro de ella había un mensaje. Nerviosamente la rompió contra las piedras. Tomo el papel, y con la complicidad de la luna llena lo pudo leer. Tenía simplemente dos líneas: “Desde mi playa con puerto y barcos, hasta tu playa con gaviotas y viento. Desde mis noches hasta tus días, una mirada...   solo eso.... Patricia”

 
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