Historias de Germania

LOS TRENES

El paso se apuraba. Las bicis, raudas se dirigían al lugar preciso a la hora señalada. La cita era tácita. No hacia falta recordarla. La mayoría del pueblo se concentraba en el andén de la estación a esperar el tren. El que venía de Huinca Renancó tenía algo menos de “rating”, pero el que llegaba de Buenos Aires Vía Alberdi o el viejo “Chacabuquero” eran realmente esperados con mucha ansiedad…

Cada uno tenía sus motivos. Pero sin dudas, la curiosidad era el principal.

Yo iba, particularmente a buscar el diario que armaba y hacía in situ la primera distribución uno de  los hermanos Torgano. Colaboraba con el, quien recuerdo como el primer  canillita del pueblo, “Pochi” Lanata. Era la llegada y partida del tren un hecho social casi sin precedentes. El Jefe de la estación era por aquellos tiempos Molinuevo y el telegrafista, Muñiz. No había Internet, claro, la telefonía era muy mala, se tardaban horas hasta conseguir formalizar un llamado de larga distancia y los teléfonos, además muy pocos. No superaban los 25...

Había dos maneras de viajar a Buenos Aires. Una era directa, sin trasbordo. La otra, vía Chacabuco, exigía cambiar de tren en Junín.  Cada viaje era una aventura. No por el final, que siempre era feliz, si no por la ceremonia previa en cada hogar. Por supuesto que se preparaban alimentos que se llevaban en canastas,  para mitigar la hambruna que provocaban las traqueteadas horas de recorrido. Y los amigos, del pueblo o vecinos de otras localidades, compartían pollos, milanesas, chorizos caseros y otras vituallas. Además de partidos de  truco o chinchón.

Germania era un pueblo de ferroviarios. Dos ramales del Ferrocarril General San Martín se juntaban en la entrada,  por lo que era un sitio de recambio de tripulaciones. Maquinistas, foguistas, guardas, todos transitaban sus calles buscando luego cobijo en los cálidos boliches, compartiendo cuentos y guitarreadas con los parroquianos locales. Finalmente dormían en los hoteles de Manino o Farotto, aunque algunos utilizaban unas casillas que tenían los ferrocarriles.  La importancia de Germania en la cuestión ferroviaria la daba además, la existencia de taller de reparaciones, uno de los más importantes de la provincia, dirigido por don Antonio Ramos. El poder visitar “el galpón” como lo llamábamos era un placer sin igual... Algunos privilegiados podíamos andar por las vías aledañas al taller, lejos de la vía general, con una zorrita a manivela... Una joya... Es uno de los mejores recuerdos de esa bella infancia pueblerina. Y además, trabajaba en la zona, un numeroso grupo de “catangos”, como se llamaba al personal de Vías y Obras, encargado del mantenimiento de los rieles. Su Jefe era el mendocino Tello, un maestro de fútbol para la mayoría de los niños del pueblo que hoy tienen más de… Hummmm…. Jugábamos en la canchita que estaba pegada a su casa, y por ende frente a las vías. La misma tenía una particularidad: Para los burros, un obstáculo,  para los habilidosos, un jugador más del equipo. ¡Un poste del telégrafo estaba en la cercanía de una de las áreas! Los “pataduras” lo chocaban... Algunos muy pocos exquisitos, entre los que me encontraba, lo usábamos para hacer paredes y ponernos de cara al arquero rival.

Un sindicato era fuerte por entonces: La Fraternidad. Roberto Mirenda era el máximo representante de los ferroviarios en la zona. Reacuerdo a muchos de ellos, como Dagand, Bonti, que era guarda... Pero, mi relación más estrecha era con Ison, Maqueda y Pesce. Con ellos viajé durante años, mientras estudiaba en Junín. Hasta tenían la deferencia de permitirme viajar en la locomotora, a condición claro, que cebara mate. Recuerdo que ese servicio, el de la vuelta, salía temprano de Junín, iba hasta Chacabuco y desde allí arrancaba para Germania. Para ahorrar tiempo, tomaba un colectivo que iba a Baigorrita y allí me reencontraba con el tren. En esa estación el jefe era también un germaniense, el “Colorado” Zanín, que años más tarde encontré en Rufino…

 

Del color de la historia al dolor de los hechos

Esto es parte del color de los trenes. Pero hay una historia, triste, que tiene que ver con los planes llevados adelante por los distintos gobiernos tendientes a incomunicar a los pueblos del interior y someterlos a la explotación de las multinacionales, que tienen que ver, claro está con los transportes privados, los transportes colectivos, los vehículos, los combustibles, los neumáticos, y ahora, los peajes.

El cese de los servicios ferroviarios se puso en marcha en la zona, cuando Demetrio Vázquez, que era funcionario importante de la cartera del ministerio que tenía a López Rega como titular se hizo fuerte en el área de transportes.

Vázquez era uno de los titulares de le empresa de colectivos Rojas, que fue en la década del 70, la única autorizada para el transporte de pasajeros por las Rutas 7 y 188 de Retiro hasta Mendoza. El vaciamiento siguió sin pausas cuando se instaló el gobierno de la dictadura. La conducción del área de Transporte quedó radicada en el Ministerio de Economía a través de la Secretaría de Transporte y Obras Públicas (SETOP). Fue esta secretaría la que elaboró un plan de acción que permitiera retomar las medidas de racionalización recomendadas 15 años antes por el Plan Larkin –creado a instancias del Banco Mundial– para poner en práctica la privatización periférica (desguace lento y progresivo, sumado a la tercerización de inversiones, actividades y servicios con empresas privadas) de Ferrocarriles Argentinos (FA): cierre de ramales antieconómicos, supresión de trenes de pasajeros de baja utilización, cierre de talleres redundantes, cierre de estaciones, supresión de la tracción a vapor, etcétera. Resultado: entre 1976 y 1980 se abandonaron unas 560 estaciones, se redujeron trenes de pasajeros interurbanos y locales del interior en un 30%, se cerraron 5500 km de líneas secundarias. Sólo a nivel talleres, la cantidad de personal se redujo de 155 mil empleados en 1976 a 97 mil en 1980, cifra que habría de mantenerse hasta el fin del gobierno de Raúl Alfonsín (Nueva Historia del Ferrocarril en la Argentina. Mario López y Jorge Waddell). La desconexión del país y la intensa eliminación de talleres contribuyeron a la decadencia y desaparición de unos 700 pueblos y a la aceleración de la pobreza y la desigualdad regional. La pobreza y la desigualdad vienen siendo combatidas exitosamente desde 2003 a esta parte. Pero mientras no se revierta la privatización de los ferrocarriles, causa primigenia de la sistemática violación a la seguridad jurídica (y física) del usuario de trenes en el país, argentinos y argentinas seguirán desapareciendo, de la misma manera que otrora sucedió con pueblos enteros.

Distinta suerte han corrido las estaciones. En algunos casos, como el de Germania, mi pueblo, se ha transformado en museo. Importante, si, pero no fueron creadas para eso, claro está. En otros pueblos están destruidas, han sido usurpadas o son guarida de animales.  El posterior proceso de destrucción de los ferrocarriles tuvo que ver con la aplicación de un plan sistemático aplicado por el Menemato, tendiente a destruir las economías regionales y fortalecer la centralización económica en pocas manos. En definitiva, en la consolidación de un modelo de país excluyente.

Cuando cerró el ramal del Ferrocarril San Martín que llegaba a Germania, las cargas generales, que eran antes transportadas por él, al igual que la hacienda, debían esperar pacientemente que hubiera algún camión libre y rezar para que no lloviera. Este rezo era también de los pasajeros, ya que, para ir a Buenos Aires  en “el Rojas” debían trasladarse hasta General Pinto o Alberdi, pueblos ubicados a treinta kilómetros y el viaje debía hacerse por tierra.

Ahora el pueblo tiene dos accesos asfaltados. El primigenio, hecho en forma inconsulta que comunica a Germania con Alberdi,  través de la Ruta Nacional Nº 7, pueblo con el que no hay relaciones comerciales ni administrativas, y el nuevo, que une al pueblo con la cabecera del Partido, General Pinto, donde está la Municipalidad, el Consejo Escolar, el Deliberante, los bancos... Todo, en realidad...

Germania, como la mayoría de los pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires y de La Pampa, nacieron, crecieron y se sostuvieron por el ferrocarril. Primero llegaba el tren, después se “hacía” el pueblo. No en vano, la tienda de mi abuelo Gil y mi Tío Pablo, dos españoles que llegaron a Argentina a comienzos del siglo XX, y que fue la primera de Germania,  se llamaba La Porteña. Tenía que ver, claro, con la locomotora que inició los viajes en tren en el país. Pero esa, ya, es otra historia.
 

 
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