Sobre el amor y otras cosas no menos importantes
QUEMAR LAS NAVES

"El día o la noche en que por fin lleguemos
habrá sin duda que quemar las naves
así nadie tendrá riesgo ni tentación de volver

es bueno que se sepa desde ahora
que no habrá posibilidad de remar nocturnamente
hasta otra orilla que no sea la nuestra
ya que será abolida para siempre
la libertad de preferir lo injusto"

Mario Benedetti
Quemar las naves
(1968-1969)

La vuelta
Se sienta en el banco, respira  y cierra los ojos. Le duele la sensación de soledad. Ha hecho ese largo trayecto para ir a buscarla, pero ella no quiso volver. Como en medio de una bruma lo envuelve el recuerdo de un abrazo, de un beso y la innegable sensación del olor de Cecilia en su piel.
Eso es lo que más extraña de ella, su olor.
Recuerda cuantas noches de insomnio se recostó sobre ella no para buscar su cercanía, ni su calor, si no para sentir su olor.
Nunca pudo explicárselo con claridad, pero, lo tranquilizaba, lo hacía sentir seguro, en buenas manos. En esas ocasiones, luego de unos minutos se iba relajando hasta que sin querer se quedaba dormido. En otras, ese olor, en cambio lo excitaba.

La pasión

“Muchas veces – le dijo Cecilia – una intuye que algo va a pasar. Generalmente es una expresión de deseos. Una quiere que pase eso porque desea que sea de esa manera. En este caso yo siempre supe que sería así. Sos mí puerto de llegada. Quiero amarrar en vos y quedarme para siempre”

La escucha jadear como si su voz viniera de muy lejos. Entreabre los ojos y la mira. En la penumbra del cuarto Cecilia es todavía más hermosa. Desnuda y arrodillada  sobre él se mueve suavemente. Le presiona apenas las caderas con sus manos. Ella gime. Se acerca a su oído y le susurra en forma imperativa: Mirame.

El obedece. De cerca, sus ojos grises parecen aún más grises. Su pelo, rubio y largo, cae por los costados rozándole el cuerpo. Se lo aprieta a la altura de la nuca. Ella deja escapar un gemido y acelera sus movimientos.

Hace un momento, cuando ella estaba con la boca entre sus piernas, le corrió el pelo para verla mejor cuando lo besaba y todo pareció detenerse por un instante. Luego la dio vuelta lentamente y la penetró con suavidad, jugando a descubrirla sin apuro, disfrutando de cada momento, hablando, tocando, sintiendo.

Ahora ella está sobre él y no va a detenerse.

-No dejes de mirarme por favor...

Sabe de su belleza. Y también que lo ha conmovido. Se dio cuenta con esa inteligencia inconsciente que tienen algunas mujeres.

Poco apoco sus movimientos se van volviendo más compulsivos su voz se eleva en busca de un grito que amenaza con llegar. Él está acostumbrado a controlarlo todo, inclusive en momentos como éste. Pero esta vez no quiere, o no puede, que para el caso es lo mismo.

-¿Y por qué no? - se pregunta – Después de tanto tiempo sin sentir algo así.

También él empieza a moverse con más fuerza, y casi de inmediato sus ritmos se acoplan de manera natural. Siente que su corazón se acelera, entonces la atrae con fuerza y la besa. Siente la lengua de Cecilia que recorre cada rincón de su boca con inocente maestría. Él disfruta del beso, del olor, de los gemidos, de la belleza y de sentir que no quiere estar en ningún otro lugar en el mundo que dentro de ella.

El jadeo que pareció llegar de lejos, se va acercando cada vez más y entonces decide entregarse.  Su grito lega de repente: Lo emociona y hace que desaparezca todo resto de control. Cierra los ojos, la aprieta contra su cuerpo, siente sus espasmos finales y una sensación pasada, perdida, casi olvidada se abre paso hasta que el grito que escucha ya no es el de Cecilia.

Ella lo muerde suavemente y después de unos segundos se quedan en silencio. Abrazados. Extrañamente emocionados. Siente que una lágrima le moja la cara. Cecilia está llorando. O tal vez no sea ella.

 

La soledad

Hace  exactamente un año que no la ve. Un dolor intenso le atraviesa el pecho. Y no llora. ¿Cuánto hace que no llora...Cuánto hace que nadie lo abraza cuando está mal? Sufre también por eso. Su padre fue el último en hacerlo. Pero murió. Y lo extraña de una manera infantil, extraña sus brazos fuertes y su mirada franca. Como la extraña a ella, con su sonrisa inocente y su sexo violento. A ella y a su inteligencia.

Un día, hace justamente un año, Cecilia guardó sus cosas, se metió en su cama y se le entregó de un modo desesperado. Cuando se despertó, ya no estaba.

 

El encuentro

La conoció en el teatro, en una de esas “escapadas artísticas y gastronómicas”  que el hacia a Buenos Aires. Generalmente iba al San Martín y necesariamente a “Pippo”. Esa semana había elegido una obra de Peter Weiss, adaptada por Villanueva Cosse: “Marat Sade”. Si bien es conocida como con ese nombre, el título completo de esta obra es “Persecución y asesinato de Jean Paul Marat, representados por el grupo de actores del Hospicio de Charenton bajo la dirección del señor de Sade”.
La acción tiene lugar en la Francia de 1808, en tiempos de Napoleón. Siguiendo el procedimiento de “teatro dentro del teatro”, Sade despliega, a través de los actores-pacientes de un hospital psiquiátrico, los últimos momentos de la vida de Marat, frente a un supuesto público muy distinguido, que fue invitado especialmente para la función.
Mientras se desarrolla esta trama, se plantean dos posturas contrapuestas: la de Marat, que justifica la violencia en pos de la revolución y de una transformación social, y la de Sade, que no cree en un cambio histórico, porque la naturaleza del hombre no parece ser proclive a la igualdad. El primero, desde el abuso de la fuerza, y el segundo, desde un individualismo a ultranza, muestran las contradicciones del hombre y sus aspectos más destructivos.
A través de Marat-Sade, Weiss no sólo se refiere a la Revolución Francesa, sino también a otras revoluciones de la historia.

“Es la vida la que pasa por los escenarios – le dijo ella suavemente, casi sin mirarlo – la locura, el abuso de la fuerza, el individualismo”.

El recién de dio cuenta que estaba sentada a su lado. Sorprendido, solo atinó a decirle “Es cierto”.

 

Los dolores

Él sabe que es así. Aunque le cueste reconocerlo, no puede engañarse. Es consciente que los dos se lastimaron mucho. Él con su sinceridad hiriente, llevando todo hasta el límite, forzándola hasta que no pudiera más, jugando perversamente con el dominio que ejercía sobre ella.  Ella lo amó de manera incondicional, y cedió a los peligrosos juegos que él le proponía.

Aquella última noche, Germán miró sus pechos, su pubis, besó y tocó cada parte de su cuerpo como si quisiera guardarlo para siempre en la memoria de su boca y de sus manos.  Y ella se dejó mirar, tocar, fue un poco su juguete y como siempre disfrutó con ello. Pero el momento en que más disfrutaba era cuando él acababa, gimiendo, con ese gesto placentero y dolorido que tenía esos pocos segundos. Quizás porque ése fuera el único momento en el que podía verlo tal cual era, sin disfraces, totalmente despojado de corazas e imágenes inventadas.

 

El encuentro II

En el escenario del Teatro San Martín, Lorenzo Quinteros, Malena Solda, y el resto del elenco hacían un trabajo memorable. La mano del viejo Villanueva Cosse se notaba en  cada detalle. Cuando terminó la obra, salieron juntos. Recién la vio con claridad. Era hermosa. Rubia, pelo largo, ojos grises detrás de anteojos pequeños, sin marco. Ella, naturalmente, como siguiendo la conversación anterior le dijo: - “En nuestra actual retrospección debemos tener presente que Marat es uno de los que empezaron a acuñar el concepto de socialismo, y que en sus violentas teorías subversivas había aún mucho elemento irrelevante o desorientado”.

Germán, ahora ya más seguro, le preguntó: “¿Realmente querés hablar de política, filosofía o inclusive de teatro?”.

-“No”- respondió ella con abrupta sinceridad.

Hubo una informal presentación y Germán le dijo: “Uno de mis vicios en Buenos Aires es ir a comer a “Pippo”. No es lo ideal, lo se... Pero añoro sus vermichelis tuco y pesto”. Ella río y le dijo: “¡También es el mío! – Veníamos con mí viejo. Él lo  hacía siempre”. Recién allí él se dio cuenta que Cecilia era muy joven. Sonriendo entonces le dijo “Quizás hayamos compartido alguna mesa con tu viejo. Somos de la misma generación”.

Caminaron hasta el de la calle Montevideo, (Germán siempre iba a ese “Pippo”) y tuvieron allí la primera cena. “Fundacional y popular”  –le dijo Cecilia mientras reía.

Germán recortó un pedazo del papel que hacía las veces de mantel y le dijo: “Este será mí primer regalo... Una poesía que retrate este momento” Sacó su lapicera y escribió:

 

Me pertenecías,
aunque no te veía,
aunque no te sentía,
aunque no te había olido. 

Aunque no te haya aún tenido,

me perteneces.
Estás hecha de la misma materia
que mis pensamientos,
de palabras melancólicas,
de sueños...

Llegaste desde el tiempo,
atravesando la tierra

y recorriendo el tiempo desde tu nacimiento,
sobre caminos intrincados y olvidables.
Pero llegaste.

 

“Llegamos – le dijo ella luego de leerla  - los dos... Lo cierto es que te esperaba. No sabía quien eras ni de donde venías, pero te esperaba. En mí mar hubo muchos naufragios y logré sobrevivir a ellos. Pero ninguna nave ancló en  mí puerto... Intuyo que la tuya lo hará. Mí nave, ya lo hizo”

 

La primera vez

Fueron a la casa de Cecilia. Germán, cuando viajaba de Gesell, se instalaba en un hotel casi familiar, en Gazcón y Córdoba, cerca de la casa donde vivían sus hijos. Ella le dijo que vivía a pocas cuadras y estaba sola. El departamento quedaba cerca de la Basílica de la Piedad. Apenas entraron Cecilia cerró la puerta y se quedó mirándolo fijamente a los ojos. Germán se acercó, le acarició el largo cabello rubio y la besó. Un beso largo, interminable. Ambos estaban esperando ese momento. A Germán, la cercanía de ese cuerpo, le devuelve sensaciones que ya había olvidado.

Ella siente como la lengua de Germán recorre su boca  y sus dientes la muerden suavemente. Germán levanta su vestido y mete la mano debajo de la ropa interior. El contacto de su piel la estremece.  Lo desea y lo deja hacer. Él, entonces baja el cierre del vestido y lo desliza por los hombros. Cae al piso.  Cecilia no lleva corpiño, sus pechos quedan a la vista. Está excitada. Lo besa con fuerza y levanta una pierna para ayudarlo.

Llegan al cuarto, ya desnudos. A los pocos segundos ya está dentro de ella. La toca, la muerde, la aprieta. Ella lo deja hacer. Siente, íntimamente, que es algo único en su vida lo que le está pasando. No sabe cuanto va a durar, pero en ese momento quiere que sea para siempre. Está con él, en su cama, en su cuerpo.

Siente la inminencia del orgasmo y no lo retiene. Es para ella el momento exacto en el que el pasado, el presente y el futuro se cruzan de una manera maravillosa y fatal. El grito de Cecilia retumba en el departamento. Después todo es silencio. Permanecen abrazos. Sus cuerpos húmedos se resisten a separarse.

 

El adiós sin adiós

Cecilia se fue lejos de Buenos Aires. A un pequeño pueblo del norte, mucho más lejos de Villa Gesell. Esa mañana, temprano cuando se fue, suponiendo que Germán estaba dormido, le dejó un papel sobre la mesa, con el nombre del pueblo y un pedido. “Solo para que sepas donde estoy. Pero no vayas nunca a buscarme”.

Él, desnudo en su cama, se tapó la cara con las manos y se mordió los labios.

 

Los adioses como venas silenciosas
ingresando estallando
los adioses en el aire
en los ojos
sin palabras
un ocaso
los adioses
mutación cambio
como duelen
como nos dejan huérfanos...

 

La última noche antes del adiós

Esa última noche, fue la primera vez que Cecilia no sintió que Germán la descontrolaba. Porque ella, cuando estaba con él, dejaba de ser la mujer lúcida y sensible que era, para transformarse  en una hembra que se sometía a todos sus caprichos. Y los disfrutaba. Por eso, cuando todo concluyó, se quedó hecha un ovillo sobre la cama, llorando en silencio, porque ya no habría más Germán para ella.

Sabía que lo iba a extrañar con desesperación, pero estaba convencida que no debía intentar nada más. Ya se habían lastimado mucho. No había podido hacer nada para evitarlo y metida en su mundo, también lo había lastimado. Muy a su pesar, aún a costa de su inocencia, de su verdad. Estaba arrepentida, pero ahora ya era tarde.

Eso sucedió hace un año. El tiempo es implacable.

 

Cecilia, Germán y Gesell

La primera vez que Cecilia fue a Villa Gesell se dio cuenta que era cierto lo que Germán siempre le decía. Había magia. Ella había estado muchas veces antes. Cuando era pequeña con sus padres. En su adolescencia con sus amigos y alguna vez estuvo con su ex pareja. Pero siempre vio otra ciudad. Nunca esta, la que descubrió de la mano de Germán.

Hicieron el amor de una manera muy especial... Se encontraron hasta en los detalles más pequeños. Esa vez Germán fue dulce, sin dejar de lado la pasión. Una mezcla única: Pasión y dulzura.

Se durmió con una sonrisa. Y su sueño comenzó casi instantáneamente. En una mañana radiante, se vio caminando por la playa. Estaba la zona norte de la villa. Sabía que encontraría a Germán pescando. Y lo vio... En ese mismo momento el giró su cabeza y naturalmente le dijo: " Hola dulce.... Te esperaba....". Cecilia fue corriendo, mojando sus pies en el mar... Germán dejó la caña y también yendo hacia ella le tendió ambos brazos. Se encontraron y el beso fue inevitable. Y siguieron las caricias, cada vez más audaces y exigentes. “Vamos - le dijo el - entremos al bosque.... A esta hora en la playa hay mucha gente. Quiero que estemos solos". Tomados de la mano entraron a un bosque que a ella le pareció mágico. Cecilia vio a un duende sobre un árbol que le guiñaba un ojo. Sin dudar, Germán la recostó contra un árbol dorado. Los besos siguieron, las caricias fueron cada segundo más audaces y ambos sentían que querían más, mucho más. El intenso deseo que se había apoderado de ambos, los  llevó a quitarse la ropa y allí mismo, de pie, hicieron el amor... Todo el bosque pareció festejar ese encuentro. Los pájaros cantaron más alegremente, la luz se transformó en un arco iris y el duendecillo, de la mano de un hada, pasó delante de ellos saludándolos con una sonrisa pícara. Ellos, solo atinaron a mirarse. Germán le dijo: " Este es nuestro lugar.... Aquí nos encontraremos. Aquí viviremos nuestro sueño. Para siempre".

Cuando despertó, Cecilia estaba convencida que por fin estaba en puerto seguro.

 

La búsqueda

Germán se había dicho a sí mismo que cumpliría con su promesa, que no la iría  a buscar. Su corazón dolido necesitaba un descanso. “Que lata por un tiempo solo para mí – se decía – Ya no me conoce”. Pero no pudo. Pensaba que todo habría cambiado con el tiempo. Que no serían los mismos... O sí, que lo serían, pero mejores...

 

Quiero encontrarte,

toparme con tu beso de buenastardes

sacarte tus malhumores malganados

trastocar tu cansancio diario

y convertir cada uno de los sinsabores

en suaves y tiernas palabras que te conmuevan

y cuando haya logrado al menos una sonrisa

mi batalla estará por fin ganada.

 

Me he despojado de mí mismo,
del condicionamiento de mi existencia pasada.
He vuelto a nacer en blanco,
Sin prejuicios,
sin ataduras,
sin mochilas,
sin opiniones,
sin preferencias,
sin cuerpo,
sin pensamientos.
Solamente con sentimientos.
Me he liberado de todo.
Para poder amarte con todo,
todo lo malo, he tenido que dejar.

 

Por fin llegó frente a su puerta. Casi se vuelve. Pero sacando coraje de su amor, tembloroso, tocó el timbre.

 

Más Gesell

Villa Gesell fue el otro punto de partida. Podían amarse al ritmo de la ciudad  de la furia, o al de la paz de la villa. En ambos sitios, de cualquier manera, el fue capaz de transformarla en puta. En la más puta de todas. Ella gozaba al ver la cabeza de Germán entre sus piernas mientras la besaba o al sentir como se movía dentro de ella mientras su boca le besaba el cuello de manera casi animal. Esa noche, en la playa, Germán comenzó el juego, amparados ambos por la frondosa vegetación que hay en los médanos que están entre el mar y la casa del Viejo Gesell.... Pero ella lo detuvo. Lo separó apenas y lo miró.

- Esperá – le dice...

- ¿Qué pasa?

- Penetrame, por favor, quiero sentirte adentro.

Germán escucha el pedido y cada una de las células de su cuerpo de disparan y se  meten dentro de ella.

 

El reencuentro

Cecilia abrió la puerta. No se sorprendió al ver a Germán.

- Sabía que vendrías...

- Sabías más que yo... Yo no quería.

Ella lo miró y no hizo ningún gesto de invitarlo a pasar. Simplemente le dijo, con lágrimas en los ojos y voz suave, casi inaudible: “Deberías haberte hecho caso... Nada cambió. No voy a  hablar... No lo quiero hacer y además... No te quiero escuchar”

-  Pero – Atinó a decir Germán...

- Nada, pero nada... No es este el tiempo de volver. No creo que sea nunca el tiempo de volver... Andate Germán... Volvé con tus cuentos y tus poemas... La vida es otra cosa... Y vos no lo vas a entender nunca...

 

El amor después del amor

Después de hacer el amor en la playa volvieron a la casa de Germán. Se apresuraron a  entrar, estaban  aturdidos. Cada uno tenía sus motivos.  Se sentaron sobre la alfombra. Se siguieron descubriendo y sorprendiendo en cada diálogo. Cuando hablaron de la soledad, Cecilia fue terminante: " A la soledad hay que desafiarla... Porque nos atrapa y no nos deja más. A mi me gusta volar, como los fantasmas... Y cruzar las puertas aunque estén cerradas”.  Germán se  levantó y llegó hasta la ventana que da al bosque. El de las grandes luchas de don Carlos Gesell. Cada vez que lo hacía se reconfortaba. “Si el viejo, con su lucha inclaudicable,  logró transformar el desierto en este paraíso... Yo puedo hacer lo mismo con mi vida”. Cecilia se acercó a el y lo miró profundamente a los ojos. “Hay cosas que son inevitables. Tiene que pasar o pasar.   Los límites son muchas veces barreras infranqueables que nos ponemos nosotros... Benedetti  dijo "Nos pasamos toda la vida, soñando con deseos incumplidos, recordando cicatrices, construyendo artificial y mentirosamente lo que pudiera haber sido; constantemente nos estamos frenando, conteniendo, constantemente estamos engañando y engañándonos, cada vez somos menos verdaderos, más hipócritas; cada vez tenemos más vergüenza de nuestra verdad; por qué entonces no puedo hacer posible tu minuto feliz; además tengo curiosidad, lo reconozco, por saber si no podrá ser también mi propio minuto feliz; a lo mejor es el de ambos" Germán se dio cuenta que era verdad. El compartía los términos de Benedetti en "Gracias por el fuego”.
Y recordando algo más del texto aprehendido en noches de soledad le dijo: "¿Cómo podemos ser tan torpes, que hasta ahora le hayamos estado ofreciendo a la muerte, ésta ventaja gratuita del escrúpulo?”
No hubo necesidad de hablar más. Ambos comprendieron que ese era su tiempo. No importaba si después vendrían más.  Y se amaron con la urgencia de aquellos que se buscaron incesantemente durante años, pero con la paz de los que saben que ese peregrinar terminó. Subieron a cimas nunca jamás alcanzadas. Se codearon con los ángeles. Se sintieron castos e impúdicos. Reconocieron sus olores. Sus alientos se confundían y se les metían dentro.
 

La vuelta de final

Se sienta en el banco, respira  y cierra los ojos. Le duele la sensación de soledad. Ha hecho ese largo trayecto para ir a buscarla, pero ella no quiso volver. Como en medio de una bruma lo envuelve el recuerdo de un abrazo, de un beso y la innegable sensación del olor de Cecilia en su piel.

Eso es lo que más extraña de ella, su olor.

Recuerda cuantas noches de insomnio se recostó sobre ella no para buscar su cercanía, ni su calor, si no para sentir su olor.

Nunca pudo explicárselo con claridad, pero, lo tranquilizaba, lo hacía sentir seguro, en buenas manos. En esas ocasiones, luego de unos minutos se iba relajando hasta que sin querer se quedaba dormido. En otras, ese olor, en cambio lo excitaba. Desde hoy, el olor sería solo un recuerdo.

 

Distancias

El retorno fue horrible. Cada metro que recorría el ómnibus, lo alejaba más de ella. Y era el último viaje. Las naves quemadas quedaron del lado de Cecilia. Ella era el puerto, su puerto y él no se dio cuenta. “El personaje, le ganó otra vez a la persona – se dijo - Es cierto... A veces parezco inhumano". Llegó a Buenos Aires a la madrugada y decidió descansar antes de volver a Villa Gesell. Fue al hotel de siempre. Antes de dormir encendió el celular que había tenido apagado todo el trayecto. Al hacerlo ve que hay un mensaje de Cecilia. Lo abre esperanzado. Solo dice: “Buen viaje”.

Intenta una última defensa... Piensa en llamar a Cecilia. Pero se siente derrotado, sin esperanzas... Con el teléfono aun entre las manos se arrodilla y llora. Por primera vez en años llora

 
ATRÁS   ADELAN