El cafecito de Germán Delgado

NO SOMOS ESE CAMPO CHE, NO SEAS BOLÚ

 

Una vez más el sector polimorfo pero siempre autodenominado “EL” campo, trae dolores de cabeza (aunque debería decir de panza) a la población argentina. Desde el 2008 hasta aquí venimos teniendo episodios de desentendimiento ante la suba de precios de los alimentos básicos de la mesa argentina: pan, leche, carne. Curiosamente, el sector frutícola u hortícola, que es el más postergado, vulnerabilizado y que, por lo general, no es dueño de la tierra que trabaja, no sólo jamás amenazó con desabastecer la mesa o tirar alimentos a la ruta, sino que ha tenido la sublime idea de protestar regalando verduras a quienes necesiten comer.

Ese ignominioso “único” campo al que siempre hay que garantizarle la renta que les parece “justa”, tolerarle la evasión, hacer la vista gorda con sus empleados sin registrar y muchas veces también sin remunerar; a ese “único” campo, podríamos llamarlo “el campo que desabastece”, a diferencia de “el campo que alimenta”, aunque el economista Gabriel Delgado lo denomina “LoPA”: Logia Primarizante Argentina, por su permanente negativa al agregado de valor en territorio y la exportación de la producción primaria como principal destino de los suelos rurales.

Poor los pagos de Germania y sus alrededores,  zona núcleo de la Provincia de Buenos Aires, resulta llamativo ver a quienes hasta la semana pasada se quejaban de no poder acceder a la carne hablando de “polenta sabor asado”, defender ahora a los frigoríficos exportadores en su pulseada que, en las últimas horas, amenaza con expulsar trabajadores para mantener el nivel de ganancias. Es por ello que quiero centrarme en algunas consideraciones respecto de la grave alienación que estamos teniendo como sociedad para percibir el alcance del daño que la LoPA inflige a nuestra economía familiar, a nuestro derecho al bienestar, a la soberanía alimentaria y, en definitiva, a las condiciones que hacen a una vida digna.

Más allá de discusiones ambientalistas sobre el impacto ambiental de la actividad ganadera, o éticas sobre especismo y veganismo, la mesa argentina viene estando históricamente representada por la presencia de la carne vacuna en sus diversas modalidades, así como por la yerba mate (cuyos aumentos poco hemos debatido, y menos aún las condiciones de vida de los trabajadores yerbateros). En este contexto cultural histórico, de poco vale presentar el veganismo o vegetarianismo como alternativa alimentaria adecuada y digna, ya que, en líneas generales, la carne sólo falta en la mesa cuando no se puede comprar; recordemos la enorme propaganda de “la soja RR contra el hambre” que tuvimos a fines de la década del ’90, y a dónde nos trajo esa estrategia: más hambre, enfermedades, más concentración de la propiedad de la tierra, más latifundio.

Es que el tema en cuestión pasa, como dijo la Vicepresidenta, por dejar de pensar en una Argentina con dos economías, donde la economía del peso es siempre la que pone el esfuerzo para sostener la ganancia de la economía dolarizada. Porque, en los hechos, estamos teniendo procesos económicos de extranjerización económica práctica: los bienes objeto de derechos humanos básicos son tratados como commodities y los salarios argentinos no alcanzan a “importar” esos bienes extranjerizados. La tierra rural, la vivienda urbana, la harina de trigo, la miel, la yerba, ahora la carne a precio dólar “para garantizar la rentabilidad” de los propietarios; nunca “accesibles” para garantizar el techo, el trabajo y el alimento de los usuarios y consumidores. Por otro lado, las ganancias de los propietarios se valúan en dólares y los salarios de los trabajadores para la producción se abonan en pesos, costumbre aprendida con la globalización tal vez. Entonces, esta Argentina con dos economías; esta Argentina de ricos y “los demás”, quienes están de más, se vuelve insostenible para quienes parece que siempre sobran.

Es que, sinceramente, salvo para producir ganancias que nunca retornan suficientemente, los y las trabajadores de la LoPA, no cuentan para nada. El problema se agrava cuando el ciudadano de a pie, digamos, Doña Rosa, confunde su realidad con el discurso de la LoPA. ¿Realmente quien no llega a pagar el alquiler o tiene que hacer malabares para tener un par de comidas con proteína a la semana no se da cuenta de cómo es la cosa y que sus intereses no son los mismos que los de “el” campo? Me pregunto en qué estamos fallando tan gravemente en nuestro discurso político, en la comunicación de las decenas de políticas públicas que se están implementando desde el gobierno, como para seguir escuchando en personas de extracción popular que los frigoríficos tienen derecho a ganar dinero exportando, a costa de la mesa familiar argentina; o que el gobierno sólo engorda con nuestros impuestos que se malgastan en programas y planes sociales, en vacunas para amigos y demás clichés que provienen del bombardeo mediático sincronizado.

Porque este persistente desgaste, como la gota que horada la piedra, va dejando una huella en el pensamiento social; va condicionando el pensamiento en miras a las próximas elecciones y genera el soporte para el lawfare en la opinión pública.  

Entonces, ¿somos capaces de actuar para direccionar la mirada del pueblo hacia los propios dolores, el hambre y la miseria, y empatizar con ello en lugar de seguir admirando las vacas ajenas para exportación? ¿Seremos capaces de trascender el discurso meritocrático que responsabiliza a cada familia indigente y pobre en lugar de darnos cuenta de quiénes son los reales generadores de miseria con su especulación para la concentración, evasión y fuga? ¿Podremos encontrar una lógica comunitaria y fraternal para la praxis política y el pensamiento colectivo, que nos permita superar el extractivismo neoliberal en miras al bien común, el buen vivir y el disfrute de un Estado de Bienestar en el Siglo XXI? Les propongo considerarlo. 

  

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