El cafecito de Germán Delgado

CAMINO DE IDA

 

Mucha agua ha corrido y no sólo bajo los puentes; ha corrido por la memoria de tanta gente, diluyéndola. Por mi parte llevo muchísimos años en este planeta Tierra y buena parte de esos años me gané la vida ejerciendo la entonces noble tarea de periodismo. Por eso hoy me duele profundamente verla bastardeada hasta la náusea. La valiosa lucha por la libertad de prensa va cobrando ribetes que podríamos encasillar en el rubro Teatro del Absurdo, si no contaminara de manera directa la opinión pública.

El Cuarto Poder. Lo anoto con mayúscula porque hay quienes se lo toman en serio y se sienten impunes, se autoasignan fueros y abren fuego contra quienes les incomodan, a sí mismos o sus patrones. La destacada periodista política Stella Calloni los denomina sembradores de odio y canallas seriales, y propone: “Si la red de noticias falsas se interrumpiera, si se impusiera una cuarentena para la circulación de la mentira vendida como información, cuando la esencia de la divulgación informativa es la verdad a la que todos los pueblos del mundo tienen derecho y que es la verdadera ‘libertad de expresión’, el mundo en crisis sería distinto”.

Las alevosas mentiras que difunden ciertos medios escritos y sobre todo televisivos, que muchos aceptan y reproducen por pereza mental o porque reafirman sus prejuicios, envenenan el aire que respiramos. Y no es metáfora. Mucho se habla del exocerebro propuesto por el antropólogo Roger Bartra, esa cualidad mental del ser humano que capta el “enjambre de conciencias individuales” imprescindible para la formación de la propia conciencia. Por su parte la neurofísica, asociada con la física cuántica, entiende que nuestro cerebro “no es un órgano de procesamiento de información independiente: actúa como una parte central de nuestro sistema nervioso integral con un intercambio recurrente de información con todo organismo viviente y con el cosmos”

En medio de una pandemia mundial, de una muy seria crisis económica heredada, nos vemos enfrentados a una pestífera crisis en la cual la verdadera libertad de la palabra, la palabra fehaciente, está en juego. Me pregunto quiénes son estos personajes que, azuzados por cierta oposición, no pueden tolerar las frustraciones o la disidencia y se nutren de falsedades y de agravios. Quiénes, con una falta total de solidaridad y empatía, se hermanan con aquellos que fomentan el odio a fin de sacar un rédito político de uso exclusivo, en absoluto destinado a sus enceguecidos seguidores. Tan inteligentes no parecen, ni los azuzados ni los azuzadores. El precepto bíblico del viento y las tempestades, o el simple efecto boomerang, ni les pasa por la cabeza.

Con tamaña inquietud escribo esta nota que dedico a la memoria de Haroldo Conti y de Rodolfo Walsh, víctimas reales y heroicas de la libertad de expresión. No como esos que se victimizan hoy, creando caos y violencia al invocar una libertad de prensa que nadie les niega, ni siquiera mientras escupen comprobables falsedades nocivas. Y lo hacen con una falta de solidaridad alevosa en tiempos tan ominosos para la humanidad, cuando el periodismo en pleno debe cumplir su misión de informar como corresponde. Concentrándose seriamente en el tema de la responsabilidad.

 

  

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