Sobre el amor y otras cosas no menos importantes

EL FARO

Un cuento de Eduardo Minervino

 

Hoy te busqué en los libros,

en la introducción al verso y no habló de ti.

Le pregunté al diluvio de palabras argumentales

si te conocía, y su silencio dolió.

 

En la página 72 hablaba de ti;

te mencionó: Amor.

Pero no eras tú,

quizá cambiaste de faz,

hoy eras Dios y no tenías cuerpo,

no tenías senos, sin piernas y sin manos,

casi no te reconozco.

Estabas distinta a la última

vez que cruzaste por mi mente.

Distinta a como vives en mi mente.

Espero encontrarte en el índice,

que me diga la hora,

el día y el año en que tengo que verte,

el momento en que tengo que amarte

 

Esa noche la luna formaba parte del paisaje. Lo transformaba de indescifrable en claro. Desde el faro, todo se veía diferente. Hacía mucho frío y por aquella zona se notaba más. Manuel, apoyado en la baranda, en el punto más alto del faro,  se subió hasta el cuello el abrigo de cuero y encendió un cigarrillo. El mar estaba sereno y el sonido de las olas era apenas imperceptible. Había llegado a ese lugar hacía un par de meses, atraído por las decenas de historias de naufragios, amores, traiciones y crímenes que había escuchado. “La villa es mágica – se había dicho – Y el faro, además es misterioso”. Giró la vista hacia el continente y vio como se recortaba claramente la figura de una vieja construcción de madera, semiderruída. Sabía que tenía varios años más que el faro.  El viejo Maidana le había contado  que la había levantado una pareja. El era alemán, de unos 60 años. Ella francesa, mucho más joven. Y que se había integrado a ellos un polaco, que tenía aproximadamente la edad de la mujer. Un día, misteriosamente todos desaparecieron. “Me dijeron que fue una noche de luna llena como hoy, del mes  de agosto – recordó”.

Del bolsillo de la campera sacó una petaca con ginebra. Tomó un trago largo “Frío de mierda – se dijo – te cala hasta los huesos”. Como solía hacer todas las noches, entrecerró los ojos y dejó que su mente vagara con libertad. A pesar de ello, sus pensamientos siempre iban en la misma dirección. “Parece mentira – pensó – que no la pueda sacar de mi mente... Y está solo en su profundidad.... Nunca la tuve ante mí... Solo palabras hubo entre nosotros... Solo eso... Pero la extraño”. De pronto, un ruido que rompió la calma del lugar, lo sobresaltó. “¿Qué carajo es eso?” - se preguntó. Prestó atención tratando de ver que pasaba en el mar. Oyó entonces con claridad el golpear de  remos sobre el agua y una voz fuerte que cantaba en un idioma que no entendía.  De pronto, de la casa que estaba en ruinas brotó una música también desconocida para él. Y una fuerte luz le hizo ver a la construcción, que fantásticamente estaba como nueva.   Miró la petaca y vio que solamente había tomado un par de tragos. ¡Carajo .... No estoy en pedo...! ¿Qué está pasando? Tiró el pucho y achinó aún más los ojos buscando distinguir alguna figura en el mar. A los pocos segundos vio a un hombre joven, barba rala, que estaba descendiendo de un bote y se encaminaba hacia el faro.

Rápidamente, Germán comenzó  a bajar por la escalera caracol.

La música proveniente de la casa, era a cada instante más fuerte.

Apenas transpuso la puerta del faro, esta, intempestivamente se cerró con gran estruendo y se encendieron luces que ni siquiera sabía que existían. Quedó por unos instantes sin saber hacia donde dirigirse: O recibía al viajero o satisfacía su curiosidad con respecto a la casa, antes desierta pero hoy iluminada y habitada. Finalmente se dirigió hacia la vivienda.

“Esto es una locura – se dijo – acá hay gente... No puede ser...”.

Se acercó a la ventana que tenía una cortina blanca, atada con un moño celeste, y a través de ella, miró hacia el interior. No pudo menos que lanzar una exclamación de sorpresa cuando vio lo que estaba sucediendo.

En una habitación finamente decorada, en la que se destacaba un gran jarrón con flores que no existían en la zona, una pareja estaba bailando. El varón era claramente mayor que la mujer.

Una rara atmósfera rodeaba a ambos. Parecía que sus pies no tocaban el suelo. Germán estaba anonadado. En un momento, la mujer le dio la espalda y notó que su blanco vestido tenía una gran mancha roja. Un grito lo sobresaltó aún más. Provenía del faro. También parecieron oírlo en la casa, ya que con gesto adusto, el hombre detuvo el girar del disco en el fonógrafo. La mujer aprovechó el instante para salir corriendo hacia fuera. En ese momento, Germán notó que la camisa del hombre también tenía una mancha rojiza, a la altura del corazón. Apenas hubo la mujer transpuesto la puerta de la vivienda, sacó del cajón de la mesa, un gran cuchillo y salió tras ella.

El hombre llegado del mar, estaba parado en la puerta del faro, que otra vez estaba abierta. Una luz envolvente salía a través de ella. La mujer corría hacia el con los brazos extendidos. El hombre al verla, salió a su encuentro. Confluyeron exactamente a la mitad del camino entre la casa y el faro. Apenas lograron estrecharse en un abrazo, ya que los interrumpió quien perseguía a la dama. No pudo determinar claramente que pasó. Un rápido mover de cuerpos, gritos que eran insultos aunque no los entendía. Una oscuridad imprevista, hacían casi imposible distinguir lo que estaba pasando. Todo parecía haberse detenido. El mar era una pintura. La música se  había cesado. De pronto, los tres personajes se separaron... Rápidamente, el que provenía del mar, se dirigió hacia su bote. Reía con fuerza inusitada. La mujer pasó a su lado sin mirarlo. Manuel intentó detenerla pero no lo logró. El hombre, siempre tras ella, caminaba con pasos muy largos. La música volvió a invadir el lugar. Ya no era la que se escuchaba antes. Ahora era dura, casi trágica, atemorizante. De pronto, todo volvió a cambiar. El sonido de las  olas era dominante. El viento le pegaba en la cara y volvió a sentir frío. Las luces se apagaron y no hubo ningún movimiento en el interior de la vivienda. Cuando dirigió su vista hacia el mar, no vio a nadie. Se dirigió entonces hacia el faro, que no tenía ninguna luz encendida. La puerta estaba abierta.

Subió, pensativo uno a uno los escalones. Volvió al punto más alto, se  acodó nuevamente en la baranda, encendió otro Benson y  mirando al mar, sacudió su cabeza. Volvió a meterse en sus pensamientos. “¿Qué carajo me pasó? ¿Son mis fantasmas o mis sueños? Quizás esta puta soledad sumada a la mía...”

Tomó otro trago de ginebra. Pensó en ella. Su fantasma. “¿Qué son los sueños? – se preguntó – ¿ Cuál es el límite que los separa de la realidad ?. Quizás este sea mucho más delgado del que suponemos. Y es posible que hasta que no exista ese límite”– terminó.

En su mente seguía existiendo únicamente una imagen, una voz. “No tengo ni siquiera su promesa de encontrarnos en algún momento. Pero la intuyo a mi lado en algún momento. Está escrito. Lo que tiene que pasar, ha de pasar”.

Una historia de amor que aún no vivió. Pero que ya tiene un capítulo en blanco para que eso suceda.

“Y quizás sea un reencuentro. Solamente espero que cada uno de nosotros, en las otras vidas,  haya pagado sus errores y llegue nuevo a vivir lo que es imparable”  

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