Historias de Germania EL
RADIOTEATRO De pronto, el intenso trajinar del pueblo, que coincidía con la salida del turno mañana del colegio terminaba. La calle principal se transformaba en un desierto solitario. Los comercios, cerraban sus puertas al mismo tiempo, como si una mano gigantesca lo hiciera de una vez. Quizás la calma total era alterada por alguien que con desesperación corría hacia su casa. Las puertas se cerraban. Sentados en torno a cada mesa nadie hablaba. El silencio, expectante era absoluto. En cada hogar sucedía lo mismo. De pronto, el milagro volvía a repetirse. El radioteatro de radio Porteña empezaba. Habían pasado apenas pocos minutos de las 12 del mediodía. Durante una hora Héctor Bates y su compañía se metían en los almuerzos de los germanienses. Los personajes de cada uno de sus radioteatros se sentaban a la mesa, teniendo el monopolio de la palabra. En muchas otras oportunidades la radio era centro de la reunión familiar. Pero el radioteatro del mediodía era el momento del rating absoluto. Los títulos eran, visto a la distancia, casi graciosos. Recuerdo algunos: “Arreando amores y penas, allá va el Tape Lucena”, “Moreira, el salvaje”. A este lo presentaban diciendo “La injusticia me hizo macho, la pampa me dio el coraje y grito a los cuatro vientos… Yo soy Moreira el salvaje”. Los personajes estaban siempre bien marcados: La madre, el muy bueno y el muy malo, habitualmente hermanos, que obviamente no sabían de su parentesco. En la década del 60, Radio Porteña tenía en Argentina la mayor cantidad de radioteatros y la mayor audiencia en ese sentido. Todas las compañías hacían su gira teatral, facilitada por el buen alcance de la onda de la emisora, que llegaba a varias provincias. Las compañías, más conocidas eran las de Juan Carlos Chiappe, Héctor Bates, Héctor Miranda, Audón López, presentado como “El simpático negro Faustino”, Rolando Chávez. Liberto Pecci, Horacio Aranda, Ornar Aladio, Juan Carlos Cancela entre otros. El bueno de la obras de Bates, era Héctor Miranda mientras que Ornar Aladio interpretaba al villano clásico. Tenía un estilo que luego fue imitado por otros actores en ese tipo de personajes. El suceso de Aladio había comenzado con una obra que tuvo un extraordinario suceso: “Fachenzo el maldito” de Adalberto Campos. Aldo Luzz, por su parte, protagonizó uno de los éxitos más resonantes con su obra “Pido luz para mis ojos”. En la mayoría de los radioteatros, el malo hacía sufrir a su madre, sin saber que lo era y esta callaba porque si sabía que ese monstruo era su hijo… Lo cierto es que, el radioteatro emparentado con la novela folletinesca y el circo criollo era seguido por millones de radioescuchas, impulsado y adulado por la prensa chauvinista. Censurado y cuestionado por filósofos, sociólogos y educadores. El radioteatro era un género narrativo compuesto por sonidos y palabras. La acción del relator presentando a los personajes, la interpretación por parte de los actores y la labor del operador sonoro acentuando con la música y los efectos especiales, los estados de tensión, de alegría y de tristeza, originaban un estado de ensoñación, confundiendo la realidad con la fantasía. Las miles y miles de personas que escuchaban "la novela", sintonizaban en la vieja radio la transmisión de sentimientos, ensueños y añoranzas. Historias que se desgranaban día a día en interminables enredos y desventuras de los personajes, invitando con sus voces a continuar la angustiosa espera del próximo episodio. El sonidista era clave, para subsanar la falta de códigos visuales y gestuales de los actores. Esta ausencia permitía moverse con libertad en cualquier espacio físico y situación. Mientras el malvado gozaba riendo por el incendio que acabaría con al vida del protagonista, y este intentaba librarse de las llamas, el operador estrujaba papel celofán para imitar el fuego y deslizaba canto rodado sobre la mesa para obtener el galope del caballo al alejarse. Algunos éxitos radioteatrales llegaron prácticamente a paralizar la vida de algunas ciudades, preocupando a los comerciantes. Los negocios de ventas y particularmente los almacenes y las tiendas, comenzaron a registrar grandes bajas de concurrencia de público ante la gran popularidad de la "novela" de turno, por cuanto sus clientes estaban en sus casas pegados a la radio. Los dueños adoptaron ciertas medidas para contrarrestar ese impacto que se verificaba sobre todo en las ventas. Los propietarios tomaron la decisión de pegar carteles en sus vidrieras: "Mediante un moderno sistema de parlantes, usted podrá escuchar su episodio radial favorito mientras observa nuestras espectaculares ofertas". Por la noche también se repetía el fenómeno. Con un nivel de obras de otro nivel, "más culturosas" se presentaba "El teatro Palmolive del aire". La historia dice que todo empezó en 1950, como una creación de Alberto Migre con el titulo "No quiero vivir así", con Hilda Bernard y Oscar Casco, e importante elenco. En los relatos estaba Julio Cesar Barton. El director Oscar Tresensa. Esta producción recorrió el mundo. Una anécdota cuenta que en Sudafrica, muchos aprendieron español, gracias a estos programas transmitidos por onda corta. Y muchos se vinieron a vivir a la Argentina... Otro clásico fue "Las dos carátulas". La idea del programa fue de José Ramón Mayo, doctor en filosofía y letras y profesor del Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica, fallecido en 1997 en Chile, que la presentó a las autoridades de la entonces Radio del Estado, cuyos estudios se encontraban en la calle Ayacucho esquina Posadas en Buenos Aires. El programa fue aceptado, se lo llamó así en homenaje al tradicional logotipo que entrecruza las máscaras de la risa y el llanto, signos distintivos del teatro universal y se inició el 9 de julio de 1950. Según una fuente la obra transmitida en esa ocasión fue” La flor del trigo”, de José de Maturana. Por "Las dos carátulas" pasaron actores de la talla de Alfredo Alcón, Luís Brandoni, Carlos Carella, Claudio García Satur, Ulises Dumont y actrices como Violeta Antier, Eva Franco, Norma Aleandro, Dora Baret, Cipe Lincovsky, Iris Marga, Nelly Meden... Y muchos y muchas más... El radioteatro fue uno de los fenómenos culturales más importante de nuestro pueblo. Cuando las compañías populares salían de gira y llegaban a Germania, generalmente al Club Juventud Unida, algunas veces al Centro Recreativo, donde funcionaba el cine, se producía el milagro: los actores dejaban de ser voces y se recreaba el espectáculo que era mucho menos y mucho más que lo que daba la radio. La novela" obtenía respuestas insospechadas por parte de los escuchas: tales como esperar a la salida de una función al "villano" para "escarmentarlo", o acciones menos riesgosas como regalarle a la madre sufrida, a la dama disputada por el bueno y el malo o al protagonista central una yunta de pollos, algún lechoncito al horno o las facturas caseras. La fiesta en Germania comenzaba cuando se anunciaba que el club había contratado a la obra, seguía con los saludos que el día previo y el mismo día en que se iba a presentar los protagonistas enviaban por radio, se hacía fuerte apenas llegaba el micro con los actores y con la preparación de la escenografía, actividad que era seguida por decenas de hombres y mujeres de mi pueblo. Los que también hacían teatro, aunque sin la terrible difusión que le daba la radio, eran los hombres y mujeres que llegaban con el circo. Los mismos que hacían de trapecistas, malabaristas, contorsionistas, payasos, eran los protagonistas de obras sumamente populares, entre la que se destacaba la infaltable “Juan Moreira”. ¡El circo! ¡Cuantos recuerdos! Pero, esa es ya otra historia.
Historias de ayer MI VIEJO Y EL TIEMPO Mi viejo, me sorprendió cuando estaba creo que en tercer año de la secundaria, con una observación, que debe de haber leído en alguna parte: ― En este mundo todos somos un poco raros, menos vos y yo. Y no vayas a creer: vos también a veces tenés tus locuras -. Por toda contestación, dirigí una mirada al reloj que ponía de noche en su mesa de luz y de día en su escritorio. Es un reloj al que primero se le rompió el vidrio y después se le cayeron las agujas. El viejo se había empeñado en no mandarlo a la relojería. El reloj andaba, es cierto. Pero, ¿para qué diablos puede servir un reloj así? ¡Si eso no es chifladura...! Mi viejo, que era inteligente, adivinó en seguida lo que yo pensaba y aprovechó para darme una conferencia sobre su reloj en blanco: ― Mi reloj anda, y ése es tal vez el único defecto que le queda. Un reloj que anda es menos útil que un reloj parado... Y bien te podrías ahorrar esa sonrisita insolente. De un reloj que anda nunca sabrás si señala o no la hora exacta. El mismo reloj que da la hora oficial, confiesa una posibilidad de error de un décimo de segundo. En cambio, de un reloj parado se sabe que, por lo menos, dos veces diarias señala la hora exacta. Todo está en mirar el reloj en el momento oportuno. Tú no sabes en qué momento tienes que mirarlo para sorprenderlo señalando la hora exacta: pero eso no es culpa del reloj: es culpa tuya. Este reloj sin agujas es aún más exacto que los relojes parados. Es inútil que lo mires para saber qué hora es. Si el reloj estuviese parado, eso no te fastidiaría. Lo que te fastidia es que mi reloj no señale la hora y, sin embargo, marche. Y lo que más te fastidia es que yo todos los días le dé cuerda y que lo ponga aquí, sobre mi escritorio. Pero éste es un reloj despertador; y todas las mañanas suena a las siete en punto. Ya ves: mi reloj no tiene agujas y, sin embargo, anda bien. Por eso no quiero llevarlo a que le pongan las agujas. Si el relojero se equivoca y no se las pone con precisión (para lo cual tiene que tomar como guía otro reloj), el despertador dejará de tocar como hasta ahora a las siete en punto, para tocar a las siete y cuarto o a las siete y media. No me vengas ahora con que no te interesa mi reloj sin agujas. Yo sé que te intriga... Y es lógico porque con este reloj he realizado un milagro un poco difícil de explicar, como todos los milagros. Y especialmente difícil de explicártelo a vos, que hablas a veces de los tiempos nuevos y del nuevo ritmo de las cosas, y que a cada rato estás diciendo que es hora de hacer esto o aquello y que es hora de acabar con esto y con aquello. Lo que yo he conseguido, con este reloj, es quedarme solo. ¿Entendés? ... ¡Qué vas a entender! No quiero decir que me he quedado solo en el espacio: no. Me he quedado solo en el tiempo, que era lo que buscaba. No sincronizo con nadie. A mi reloj en blanco y a mí nos sucede lo que ya estaba dicho en los versos del Martín Fierro: El tiempo sigue sus giros Y nosotros solitarios... Hay un momento, por la mañana ― cuando el reloj me anuncia que son las siete ―, en que sincronizo con vos, que tienes que ir al colegio. Pero en cuanto me despierto ya dejo de sincronizar porque me he quedado solo, sin hora, a pesar de que mi reloj marcha y es exacto. Mi reloj ya no señala ninguna hora: no me permite, nunca, saber qué hora es. Y, sin embargo, mi reloj no me deja nunca fuera del tiempo, como suponés. Mi reloj marcha y, por lo tanto, yo estoy en el tiempo aunque no veo las agujas. Para vos, es como un reloj parado. Pero no está parado: anda y anda bien. Yo lo oigo andar y sé que mide mi tiempo. A veces me quedo mirándolo y escuchándolo. Tic, tac... tic, tac... tic, tac... No tiene agujas: es cierto. Parece un reloj fantasma. Pero este reloj sin agujas es en definitiva el que marca su hora intachable, su hora que nunca yerra sobre el desmesurado cuadrante de la Tierra. Este reloj te ha hecho pensar que el chiflado soy yo. ¡A quién se le ocurre guiarse por un reloj así!... Pero es que éste es el reloj de las horas en blanco: de esas horas que no se apuran por mucho que vos estés apurado y por mucho que hablés del nuevo ritmo de los tiempos: de esas horas que vos, obsesionado por ese nuevo ritmo, acaso no llegués a conocer nunca. ¿Entendiste ahora qué significa mi reloj sin agujas? ... ¿No? ... Bueno, no importa.
rias de Germania
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