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Sobre el amor y otras cosas no menos importantes INVIERNO EN GESELL Un cuento de Eduardo Minervino
Se me perdió anoche, en la oscura y helada playa, un recuerdo, dorado, viejo y pequeño, como un grano de arena. ¡Paciencia!. La noche es corta. Iré a buscarlo mañana. Pero tengo miedo que la marea, que sube y baja, se lo lleve en su lomo. Quien sabe adónde....
La cabaña, enclavada en pleno barrio norte,
tenía características propias de la Selva Negra. Una estilo de
construcción que los primeros inmigrantes alemanes que llegaron a
este país, dejaron como muestra de su paso en distintas ciudades.
Bariloche, Villa General Belgrano, La Cumbrecita, Villa Gesell.
Germán la había elegido por varias razones. La primera, tenía un
gran hogar que dominaba con su presencia un bello living. La segunda
era el bosque la circundaba y la tercera, que estaba cerca del
museo. “Mi vida - solía decirse - se limita a cuatro viejos
recuerdos. Como en el museo. Por eso, cada vez que lo recorro,
siento que camino por dentro mío”. Ese invierno, más que ningún
otro, tenía la necesidad de mirarse. “Quizás, de tanto y tanto
mirarme, encuentre un camino. Que pase por el museo, pero que a su
vez, me aleje de él”. Germán se sorprendió. Reconoció, en ese preciso momento, en la voz de ella, a su voz interior, esa que le hablaba del futuro. ¡Qué locura! - pensó. Es solo una coincidencia...”. “¿Y a quién viniste a buscar Fernanda?” - preguntó interesado. “No lo sé - no tengo la menor idea.... Solo sé que mis lágrimas ya se agotaron y ahora quiero ser feliz... Y creo en los milagros.... En los milagros de esta playa”. De repente, la tregua con el viento terminó.
Frío e impiadoso, los golpeaba con dureza. “Se puso imposible - dijo
Germán. No podemos estar más en la playa. Te invito a tomar un café
a casa.... No estoy tan lejos y tengo el hogar encendido”. Ella
asintió en silencio y juntos emprendieron la marcha. Se sacó la
campera y la colocó sobre los hombros de Fernanda. Ella sonrío y le
tendió la mano: " Bueno.... Ya que sos mi guía... Llévame”. Cuando
estaban llegando a la casa, Fernanda dijo: "Es esa... Allí vivís
vos... Lo sé”. Se apresuraron a entrar, estaban aturdidos. Cada
uno tenía sus motivos. Se sentaron sobre la alfombra, justo frente
al fuego que atizó Germán. Se fueron descubriendo y sorprendiendo en
cada diálogo. Cuando hablaron de la soledad, Fernanda fue
terminante: " A la soledad hay que desafiarla... Porque nos atrapa y
no nos deja más. A mí me gusta volar, como los fantasmas... Y cruzar
las puertas aunque estén cerradas”. Germán se levantó y llegó
hasta la ventana que da al bosque. El de las grandes luchas de don
Carlos Gesell. Cada vez que lo hacía se reconfortaba. “Si el viejo,
con su lucha inclaudicable, logró transformar el desierto en este
paraíso... Yo puedo hacer lo mismo con mi vida”. Fernanda se acercó
a él y lo miró profundamente a los ojos. “Hay cosas que son
inevitables. Tiene que pasar o pasar. Los límites son muchas veces
barreras infranqueables que nos ponemos nosotros... Benedetti dijo
"Nos pasamos toda la vida, soñando con deseos incumplidos,
recordando cicatrices, construyendo artificial y mentirosamente lo
que pudiera haber sido; constantemente nos estamos frenando,
conteniendo, constantemente estamos engañando y engañándonos, cada
vez somos menos verdaderos, más hipócritas; cada vez tenemos más
vergüenza de nuestra verdad; por qué entonces no puedo hacer posible
tu minuto feliz; además tengo curiosidad, lo reconozco, por saber si
no podrá ser también mi propio minuto feliz; a lo mejor es el de
ambos" Germán se dio cuenta que era verdad. El compartía los
términos de Benedetti en "Gracias por el fuego”.
Te llamé. Me llamaste. Brotamos como tempestades. Subieron hasta el cielo, los nombres confundidos.
Te llamé. Me llamaste. Brotamos como tempestades. Nuestros cuerpos quedaron, frente a frente. Desnudos.
Te llamé. Me llamaste. Brotamos como tempestades. Entre nuestras dos vidas... ¡Que insalvable abismo!
Y le agregó una nota: "Se me cayeron las letras de los dedos y a todas mis palabras las dejaste atadas. Retoma el vuelo de tu corazón viajero. Vos sos dueña del futuro. Yo... Solo lo soy del pasado”. Sintió la mirada de Fernanda sobre su espalda y al darse vuelta se topó con sus ojos. Ella le dijo sonriendo: “No... Los dos somos presente y futuro. La Playa de los Milagros nos unió y nada ni nadie podrá separarnos”. Inevitablemente, se fundieron en un beso, mágico, único. No fueron necesarias más palabras. |
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