Sobre el amor y otras cosas no menos importantes

DESDE EL CIELO

Un cuento de Eduardo Minervino

 

Muy de madrugada
cuando las penumbras se adueñan del cuarto
dibujo entre sueños tu bella figura,
me regalo un beso de tu boca tibia
y un abrazo tuyo me recorre el cuerpo,
muy de madrugada...

Muy de madrugada
escucho que me amas, con rumor de olas,
amigas del marino de la luna llena.
Y viene la luz, que profundamente
llega hasta mi alma,
muy de madrugada...

Muy de madrugada
me duermo soñando con un día claro
y tus ojos claros, sol en tu sonrisa,
flores en tu pelo y en tus manos suaves,

caricias latentes, para que me entregues
muy de madrugada...

 

La noche tenía para Germán un encanto especial. La esperaba con alegría. Sus amigos habían notado un cambio en su conducta. Caminaba con mayor decisión, permanentemente tarareaba alguna canción, y había perdido su habitual expresión de seriedad, de ceño fruncido. Nadie se podría explicar la verdadera razón esas modificaciones, ya que fuera de esas cuestiones cotidianas, no había alterado sus hábitos. Seguía viviendo solo, y no se le conocía ninguna relación formal. Desde que se había separado, no había pasado por su vida ninguna mujer que le hiciera pensar en dejar su soledad. Cuando faltaban algunas cuadras para  llegar a su  casa, ubicada frente a la Playa de Los Milagros, Germán vio como se alzaba sobre el mar la luna llena. No pudo resistir la tentación y bajó a la playa. Prendió los botones de su campera azul de corderoy hasta el cuello y caminó lentamente mojando sus pies en el mar. Encendió un cigarrillo y se detuvo cuando faltaban pocos metros para llegar a la Avenida Buenos Aires, que lo llevaría a destino. Elevó su vista hacia la luna y sonrío. “Que loco estoy – pensó – ella solo existe en mis sueños – vuela en mis noches de fantasía. No es real”. Tiró el Benson y apuró el paso. Rutinariamente, preparó la cena. Frugal, como siempre. Antes de acostarse leyó en un viejo libro de Walt Whitman uno de sus autores preferidos, sobre el final, uno de los  poemas decía:

 

“Apenas sabrás quien soy

ni que significo.

Soy la salud de tu cuerpo,

Y me filtro en tu sangre y la restauro.

Si no me encuentras enseguida,

no te desanimes;

Si no estoy en aquel sitio,

Búscame en otro.

Te espero...

En algún sitio estoy esperándote”.

 

Cerró el libro y se dijo: “Yo la espero... ¿Ella lo sabrá?”

Entró a la habitación, se desnudó y rápidamente se metió en la cama.

Esa noche, estaba más sereno que de costumbre. Se durmió rápidamente esperando que la magia de los sueños se repitiera.

Todo comenzó con una fuerte luz que inundaba el bosque donde estaba instalada su cama. Los sonidos propios del lugar también se metieron en el sueño. Y los olores tomaron su valor. Se sentía feliz. De pronto, sucedió lo que esperaba. Desde lo alto, una bella mujer se acercaba hacia el. Llegaba volando, con alas desplegadas. Cuando estaba muy cerca, se detenía y le sonreía. Su larga cabellera, movida por una suave brisa,  le acariciaba el rostro. Pero como todas las noches, cuando intentaba tomar su mano, la figura desaparecía.

Instantáneamente,  aún preso del encanto del momento, soñó un poema

 

El reducto de la mente,
conciencia o ilusión,
realidad o ficción,
frutos de un sueño inocente,

Sueños, finalmente, obsesión,

Que únicamente finalizará cuando se haga realidad.

Y quizás, tampoco....

 

A la mañana siguiente, Germán viajó a Mar del Plata. Debía realizar una serie de trámites relativos a su actividad profesional. Una vez concluidos los mismos, decidió ir, llevado por un raro impulso, a la zona de Varesse.

Un sol cálido templaba el ambiente. Se sentó a disfrutar del momento. No tenía demasiado apuro en retornar a Villa Gesell. Pasado algunos minutos, levantó la mirada y vio como un par de personas, surcaban el aire. “Parapente – pensó – que locos estos tipos... Pero bueno.... Ser han de sentir libres”. . Uno de los “seres voladores” con suavidad, comenzó su descenso y para su sorpresa, lo hacía hacia donde el estaba.  Con curiosidad, se dispuso a ver el aterrizaje.  Finalmente, y apenas a un par de metros suyo, el “volador” puso los pies sobre la arena. Se sorprendió cuando notó que quien había llegado del cielo era una mujer. Se acercó aún más a ella y pretendió ayudarla. “Gracias – le dijo ella con voz suave – está todo bien”.

Germán le preguntó  por su actividad, la que le parecía más rara aún en una mujer.

“Es que cuando vuelo, veo las cosas diferentes. Me alejo de los problemas, los veo más pequeños y encuentro alguna solución”– le respondió ella. Luego, quizás ilógicamente, se dio entre ellos un intenso diálogo. Supo que se llamaba Carolina y que había llegado a Mar del Plata para visitar a sus padres.  Hablaron varios minutos más y decidieron que había llegado el momento de separarse. Germán le pidió el teléfono y ella se lo dio. “Es el de la casa de mis padres” – le advirtió.  “Te llamo – le dijo – antes de volver a Gesell”.  Se dirigió al centro de Mar del Plata y decidió postergar su retorno a la villa. Tomó un par de cafés en la peatonal y luego entró a un locutorio. Llamó al número que le había dado Carolina en la playa. Apenas hubo sonado una vez, escuchó su voz. “Te esperaba – le dijo – que suerte que llamaste”.  La conversación se prolongó por varios minutos. Cada tema era un motivo de acercamiento. Ella le dijo que esa noche debía cenar en casa de sus padres ya que llegaban algunos amigos que habían invitado previamente. Entonces Germán le dijo; “Vení a Gesell. Creo que necesitamos vernos”. “Quizás – le dijo ella – quizás tengas razón”.

Durante el viaje, Germán pensó en Carolina. Recordaba cada una de las palabras que habían intercambiado. Estaba feliz por haberla conocido, a pesar de no tener la certeza de la aceptación de la propuesta.

Esa noche se acostó más temprano que de costumbre.

Y el sueño diario, no tardó en reaparecer.

Desde el cielo llegaba la mujer, volando, como siempre.

Solo que esta vez, reconoció su rostro. Y cuando le tendió la mano, ella la tomó.

 

ATRÁS   ADELANTE