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Los partidos políticos y los cambios ¡ABRITE QUE VIENE LA GENTE!
Voy a plantear una ficción. Supongamos que el sistema político se tomara en serio que los partidos fueran la vía de participación activa y masiva de los ciudadanos en la política, y una Ley les obligara a ello. Por ejemplo, calculando el dinero que reciben del Estado en función, no solo del número de diputados que sacan, sino también por el número de sus afiliados. Eso supondría un cambio radical en su filosofía de actuación. No es lo mismo captar votos, que pueden ser incluso el fruto de una decisión puntual bajo la presión psicológica de que los otros traerán el “desastre”, que captar afiliados, que pueden salirse a los dos meses. Tendrían que hacer lo que hace cualquier empresa cuando constata que sus clientes le dan la espalda: preguntar a los ciudadanos qué podría interesarles de su partido y hacer los cambios correspondientes. Si yo fuera –y sigo con la ficción- el responsable de hacer esos cambios en un partido, partiría de la base de que los posibles interesados querrían, en primer lugar, no tener la sensación de que afiliarse a un partido es como entrar en una organización “cerrada”, una especie de secta donde piden fidelidad, disciplina, obediencia, etc., en dosis significativas. Nada de eso. A esas personas les diría: usted participa en este partido cuando quiera y como quiera, sin fidelidades ni adhesiones. Puede asistir a conferencias y debates sobre temas de actualidad, de personas que digan cosas que merezca la pena escuchar, de las que usted pueda aprender y con las que pueda debatir. Puede formar parte de grupos de trabajo para analizar los problemas concretos que a usted le interesen y elaborar propuestas de solución. Propuestas que, tras superar los oportunos exámenes de viabilidad, pudieran ser incluidas en los correspondientes programas electorales y de Gobierno. Puede participar, si lo desea, en los actos e iniciativas públicas que considere convenientes. Y, por supuesto, usted es libre de participar al mismo tiempo, si quisiera, en los debates, trabajos y actividades de otros partidos. Esa aparente infidelidad no sería un pecado. Creemos que aportar y sopesar las ideas expuestas en otros partidos incluso enriquecería nuestros debates internos. Este funcionamiento no tendría por qué ser incompatible con la capacidad de decisión de la dirección del partido. ¿Que una propuesta le parece inadecuada a la dirección? Pues la rechaza. Pero, eso sí, tendrá que esforzarse en explicar por qué y convencer a sus artífices. De lo contrario perdería “clientes”. Pero ya solo con ese esfuerzo, convertido en práctica cotidiana, se lograrían al menos tres cosas: consolidar un método de formación y debate político que ayudaría a atraer y madurar a más ciudadanos, disponer de una mayor fuente de ideas y reducir el recurso a la mentira por parte de los dirigentes, al ser más públicos los procesos de elaboración de los programas. Es una ficción. Cierto. Pero instaladas las PASO, sistema de “primarias” para elegir, por ejemplo, se podría avanzar en esta dirección. Lo bueno sería que en esas primarias los candidatos tendrían que debatir entre sí públicamente durante varios meses, esforzándose en explicar sus diferencias. Evidentemente, los cambios en esta dirección deben ser emprendidos desde los propios partidos. Son ellos los que deben abrirse a la sociedad y orientarse hacia sus “clientes”. Pero, si no estuvieran por la labor ¿significaría eso que los ciudadanos no pueden hacer nada? Sería más difícil, pero sí podrían hacerse cosas. Imaginemos, por ejemplo, que un grupo de personas quisiera organizarse para informarse, reflexionar y debatir sobre los principales problemas que tiene la sociedad, con el objetivo de elaborar propuestas de solución. Podrían empezar por publicar sus reflexiones y propuestas en Internet. A medida que fueran consolidando sus métodos de trabajo y que fueran despertando el interés en otras personas, su grupo se podría ir ampliando con quienes estuvieran interesados. Podrían pasar a organizar debates públicos de carácter periódico y así, poco a poco, ir generando una estructura de funcionamiento, cada vez con mayores niveles de participación, con debates más maduros, invitando a expertos y a personas con experiencia política. Siguiendo así podrían llegar a crear una organización relativamente potente, con capacidad de análisis, de reflexión y de gestación de opiniones y propuestas alternativas. Si fueran capaces de adquirir una cierta relevancia social y mediática, acabarían teniendo una cierta influencia sobre los partidos y los políticos convencionales. Si en lugar de una sola iniciativa fueran muchas, estaríamos asistiendo a una activación política de la sociedad civil. A la postre, los partidos se enfrentarían al dilema de abrirse a la sociedad para dar cabida a estas iniciativas, o acabar siendo arrinconados por otros tipos de organizaciones políticas mejor conectadas con la sociedad. ¿Es una ficción? Ya veremos. |
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