Sobre el amor y otras cosas no menos importantes

EL MIRADOR DE ESTRELLAS

Eduardo  Minervino

 

Esta noche, pregunta algo que sea
contestado en el mundo sin palabras.
Interroga con toda tu sangre
algo en que toda la vida del mundo
esté preguntando,
algo así como ¿quién llora?
¿Hace falta algo?

 

Y verás como todo hace falta
y sabrás cuántas estrellas tiene el cielo
cuando sepas que el cielo tiene una sola estrella para cada momento,
porque con una que se pierda,
dará un paso de sombra la luz del Universo.

 

Es casi inevitable que los grandes les hagan a los niños una pregunta: ¿Qué vas a ser cuando seas grande? Joaquín, abriendo los ojos y mirando fijamente a su interlocutor decía con firmeza: “Mirador de estrellas”...

“¿Mirador de estrellas?” - repetían con extrañeza. Y Joaquín, ya acostumbrado a estas lides respondía: ¡Sí, mirador de estrellas!

Para Joaquín fue una bendición que sus padres decidieran mudarse a Villa Gesell cuando él tenía casi 10 años. Vivían en una casa frente al mar, en el sur. Descubrió las noches en la playa,  y se dio cuenta que las estrellas eran más y tenían otro brillo.

Solía pasarse horas acostado en la arena mirando el cielo.  Decidió llamar a cada una de ellas con un nombre diferente y también supo que podían ser sus amigas. Por eso, a una que brillaba mucho y que descubrió el día que lo habían elegido abanderado, la llamó Alegría. El día que perdió a su perro, eligió otra y la llamó Soledad. Cuando su madre enfermó gravemente bautizó Angustia, a una estrella que titilaba casi imperceptiblemente,  pero que él veía con claridad.

Los hermanos de Joaquín sentían cierta admiración por el mirador de estrellas, a pesar que sus amigos se reían del pequeño. Y los padres, casi cómplices, sacudían la cabeza, sobre todo cuando llegaba la hora de dormir y la noche era muy cerrada. Inevitablemente, alguno de los dos debía ir a la playa a buscar a Joaquín. Y allí lo encontraban, en silencio, mirando a sus estrellas.

Llegó el día en que Joaquín terminó la secundaria y debía optar por seguir una carrera o  quedarse en la villa.

“Quiero estudiar medicina” dijo a sus padres.

Viajó a Buenos Aires, se inscribió en la UBA y alquiló un departamento en pleno centro.

La primera noche que estuvo allí, subió presurosamente a la terraza. Descubrió que sus amigas eran invisibles debido a las luces y al smog de la gran ciudad. “Mis estrellas.... No las tengo.... No están...” – se dijo como un lamento. No pudo dormir con tranquilidad. Daba vueltas y vueltas en la cama Y cuando por fin logró conciliar el sueño, en su mente aparecieron las imágenes de Alegría, Soledad y Angustia, las amigas que había encontrado en Gesell.

Por eso, cada vez que volvía a la villa, Joaquín bajaba a la playa y amanecía frente al mar. Necesitaba el reencuentro con sus estrellas.

Le iba muy bien en su carrera. Los primeros años,  los aprobó sin dificultad y comenzó las prácticas hospitalarias. Allí aprendió a valorar mucho más la vida, de cara a los grandes dolores del cuerpo y del alma.

Una mañana salió de su casa muy alegre. No tenía un motivo concreto para justificar ese estado, pero tampoco le preocupaba. Sabía que cuando se sentía así, era porque algo bueno estaba a punto de sucederle.

Llegó al hospital y luego de pasar por la  guardia, comenzó la recorrida por las salas que le habían asignado.

Su atención se centro en forma inmediata en una de las camas, la que estaba  en el rincón más apartado de la puerta.

Estaba ocupada por una joven de mirada muy dulce. A pesar de su palidez, era muy bella.

Joaquín se dirigió hacia ella y apenas hubo concluido con su revisación, tomado la historia clínica se sentó a su lado y comenzaron a hablar.

“Tu nombre  es Estrella” - le dijo – Me parece hermoso... ¿Por qué te lo pusieron?

“Mí  padre – dijo Estrella – era poeta y como tal, un soñador. Decía que las estrellas lo inspiraban. Y a mí me transfirió ese amor. Me encanta mirarlas. Muchas veces amanezco haciéndolo”

Joaquín, sorprendido, le contó que compartía la misma pasión y pasaron varios minutos describiendo el cielo que cada uno veía. El de Estrella estaba en el norte. Ella era  jujeña y había nacido en el límite con Bolivia. El de Joaquín era marino. Había aprendido a amarlas en Villa Gesell.

Al día siguiente volvieron a hablar. Estrella, aparentemente, se sentía muy bien. Sus ojos brillaban con gran intensidad. Parecían dos estrellas, dos “Alegrías”

Joaquín había llevado un libro de poemas, escogió uno y se lo leyó:

 

No es tarea fácil mirarte a los ojos

y sentirme tan expuesto

transparente frágil

cuando se encuentran tu brillo y mi brillo

No, no es sencillo este juego de comprenderte de una sola mirada

de un solo beso un solo abrazo una sola caricia un solo amor.

Para nada, no, no

¿o como creés que se siente verte así tan fresca tan vos tan dulce tangible sin tangentes?

No es tarea fácil saberte así tan franca

tan de lunes martes jueves tenues

miércoles, sábados y domingos de tristezas extinguidas.

No, no es fácil hacerte recordar

aquella melancolía al atardecer cuando aún no lograba encontrarte,

 la tristeza derramada en la playa aquellas noches ansiando conocerte.

No es tarea fácil, qué va

 

“No debemos estar tristes.... Siempre se puede esperar más de la vida. Mucho más” -le dijo. En ese momento se dio cuenta que Estrella había quedado dormida,  sonriendo. Durante la cena, Joaquín tomó una decisión. Al día siguiente le diría  cuanto la amaba. Lo que significaba para él. Había comprendido que era la mujer de su vida, su estrella en la tierra.

En ese momento,  como si fuera un mágico designio, la ciudad se quedó a oscuras.

Joaquín, inmediatamente subió a la terraza. Y un cuadro bellísimo se presentó ante sus ojos. Allí estaban, ahora visibles, sus grandes amigas. Le prestó atención a Alegría, la estrella de los buenos momentos y le contó su decisión.  Miró a todas y con todas se deleitó. Apenas saludó a Soledad y Angustia.

Estuvo allí por horas, ya que para su suerte el apagón fue prolongado.

Por la mañana, muy temprano, se dirigió al hospital. En el camino compró un ramo de rosas.

“Un enamorado – se dijo – debe halagar a su dama. Estrella se merece esto y mucho más”

Antes de entrar intentó encontrar las palabras adecuadas para expresarle su sentimiento, pero nada le salía.

“¡Bueno, que tanto... Simplemente le voy a decir.... ¡Te amo! Con eso alcanza y sobra”. Y le voy a agregar...“¡Quiero que seas mi única estrella!”.

Con paso seguro se dirigió a la sala y apenas entró, buscó instintivamente con la mirada el lecho donde estaba Estrella. Se sorprendió al verlo vacío.

 ¿Dónde está Estrella? - preguntó a Manuel y a Lucila, dos de sus compañeros de guardia.

No debió esperar ninguna respuesta. Las miradas que recibió fueron suficientes.

Todas las noches, los geselinos ven pasar rumbo a la playa, desde hace muchos años,  a un viejo solitario que camina con paso lento.

Respirando un aire frío con sabor a soledad, se queda dormido hasta el amanecer mirando las estrellas. Solo divisa a dos de ellas: Angustia y Soledad.

Alegría quedó perdida en el tiempo.

 

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