Editorial

No hay otro camino

EL PODER SE CONSTRUYE DESDE LA POLÍTICA

La vieja política, como la nueva, se basa en la búsqueda, el uso y la conservación de poder; esto es, de la relación de mando y obediencia, con una finalidad de interés general. No son pocos los que se orientan al puro interés personal, pero esto es harina de otro costal que no analizaremos aquí. Para alcanzar el poder, de una manera u otra, es necesario lograr consenso. La legitimidad del poder consiste precisamente en la creencia generalizada de que quien lo detenta es quien lo debe detentar. Entonces, el consenso de los ciudadanos, de los vecinos, es indispensable para desarrollar cualquier acción política. Si no se es capaz de acumular poder por medio de la acumulación del consenso, se podrán hacer construcciones intelectuales –eventualmente muy importantes– pero no política; es más, sería bueno y correcto que quiénes actúen así no digan que hacen política, pues nunca se hará algo bien si ni siquiera se sabe que es lo que se hace. Comparando la vieja con la nueva política, diría que ha cambiado mucho la forma de lograr consensos. Antes era relevante el boca a boca, el conocer al caudillo que encarnaba los propios ideales o intereses, la emoción de la divisa o -como diríamos ahora- de la camiseta, la identificación clara del enemigo. Como Maquiavelo, los viejos políticos y los nuevos, supieron siempre que en la tarea de unir, muchas veces une más el espanto que el entusiasmo. Aquella política se hacía con caudillos y con punteros, que eran las poleas transmisoras del consenso y del poder. Aquella política se hacía desde comités que lucían banderas partidarias y donde se atendían los pedidos e inquietudes de la gente. Aquella política se hacía con mítines en las plazas públicas a los que muchos de nosotros hemos asistido y que eran los lugares en los que la gente interesada podía formarse una idea de las propuestas para adherir a ellas o repudiarlas; de ahí, los grandes “discurseadores” del pasado. La gente concurría porque era un encuentro que alteraba la vida de cada pueblo y si el hombre de verba inflamada cumplía su cometido, se ganaría voluntades de por vida. En ese marco, cuestionar la pureza de las costumbres cívicas y de la representatividad popular resultaba, claro, algo irrealista. Hay que decir las cosas como son. La nueva política es distinta, pero, es interesante entonces, el valor de la permanencia de este fenómeno que indica que la gente aún necesita el boca a boca, el contacto personal y la inmediatez entre representados y representantes. Pero también es fundamental percatarse de que los partidos populares, por influencia de los medios de la derecha individualista y meritocrática, han perdido gravitación. Por eso, para contrarrestar el enorme peso de la corporación de políticos que defienden sus intereses personales por sobre el interés general hay mucho por hacer. De cualquier manera hay un tema que no admite discusión: para un gobierno popular como el geselino, es clave marcar la agenda periodística desde  los medios, estratégicamente y no hormonalmente, que debe ser fortalecida por periodistas de firma, de esos que la gente, a pesar de no estar de acuerdo muchas veces con sus opiniones, respeta. Los camaleones no le hacen bien a ningún político. Para los oyentes o lectores, cualquier opinión que emitan, tiene tufillo a dinero.

Lo antedicho es parte de una elemental síntesis de un básico capítulo de teoría política.

Pero en la praxis, ¿Qué debería hacer el Intendente Barrera  para evitar que las corporaciones económicas a través de los caballos de Troya con quinta columnas activos, sus representantes y los medios de difusión propios o aliados logren desmoronar su proyecto comunitario, de inclusión popular?

Todo es muy sencillo; Hacer política. No entrar en el juego de los que demonizan a la política y por ende a los políticos.

 

La apatía política

La apatía política socialmente difundida aumenta el margen de maniobra, la discrecionalidad, de las clases dirigentes no politizadas, excepto cuando el logro de las metas propuestas exige un alto nivel de movilización social.

La apatía política no es un efecto de causas claramente identificadas y definibles (incluso ni hurgando en el tamiz de lo biológico-social-económico-emocional-intelectual se podría confirmar).

La apatía política es una respuesta específica de un individuo o de un grupo, a un estado situacional escaso o nulo en motivaciones que impacten a ese individuo o grupo en particular. El estado apático puede tener duración diversa, según prevalezca el la situación desabrida o desencantadora y según las reacciones instintivas, racionales, el coraje, la fuerza, la potencia existencial de quien sufre la apatía.

La apatía se manifiesta de muchas formas pero todas tienen en común que el sujeto se evade de la responsabilidad de hacerse cargo de sí mismo, de su situación aquí y ahora.

De hecho la apatía es una cara de la "minoría de edad extendida" (personas supuestamente adultas que no están dispuestas a asumir la responsabilidad individual y colectiva de sus vidas y aún requieren de quién les proteja, y les dicte lo que deben hacer y cómo, cuando y donde hacerlo)

Y sí, los "menores de edad" desean que todos sean como ellos y "respeten y quieran" a las figuras simbólicas que ocupan "estatus" de "papás". Anhelan transmitir sus miedos y sus incapacidades, para seguir siendo niños buenos que serán premiados. Patético, realmente.

 

El espacio de la no política

Ser un menor de edad "viejo" es una tragedia. Lo cierto es que cuando hay apatía política, ganan espacio.... Los apáticos políticos, la no política, la no militancia, el no compromiso social, que le disputa el espacio a la gestión permanente, a la militancia inclusiva y la generación de empleos y oportunidades.

 

La soledad de Gustavo

Gustavo Barrera no debe estar solo. No hay que dejarlo solo. Decía Felipe González que “La soledad del poder consiste en saber que su  teléfono es siempre el último que suena. Y que yo tengo que decidir. No puedo trasladar la decisión a una instancia superior”. Y es una correcta definición. Lo malo en este caso es que Barrera debe atender todos los teléfonos. Desde el primero al último. Y dar respuestas en todos. Algunos cuadros intermedios y aliados circunstanciales, fallaron o  fallan o directamente no trabajan activamente para  consolidar una estructura política, una herramienta electoral todavía un tanto “enclenque”. Hoy, esta construcción depende de él, pero ya no solo de él. Deberá conformar un equipo dinámico, que decodifique con claridad el mensaje de Unidad Ciudadana y lo baje a la comunidad, que sea militante desde lo ideológico, que debata ideas, que genere consensos. En las cercanías del intendente hay consecuentes, obsecuentes y advenedizos. Será un gesto de sabiduría de Barrera distinguirlos.

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