Sobre el amor y otras cosas no menos importantes

DE MARIPOSAS Y SOLEDADES

Un cuento de Eduardo Minervino

 

El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario

De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios.

Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario.

 

Nicanor Parra

 

No podía recordar la fecha con exactitud.  Ni tampoco el motivo concreto.  Una noche, en su casa frente al mar, en el Paseo 147, descubrió que había elegido la soledad. Había luna llena, hacía calor y decidió bajar a la playa. Encendió un Benson y  achinó sus ojos frente al horizonte marino. A pesar de la temperatura, respiraba un aire frío, con sabor a soledad.   Las olas, muy suaves, parecían haber comprendido que necesitaba estar en silencio. Buscó en su mente algún momento de felicidad y lo encontró cuando evocó su niñez en  Germania, un pequeño pueblo ubicado al noroeste de la provincia de Buenos Aires... Recordó entonces un poema, que siempre lo emocionaba.

 

Me sobreviene esta nostalgia

que se afirma en lágrimas olvidadas,

restringidas por temores infundados

y se me viene encima

como mil trompadas de un gigante

el recuerdo de la tarde cayendo,

el portoncito con forma de tranquera,

La ligustrina creyéndose inmensa,

El pequeño árbol trepado

tantas veces en juego infantil

Me granizan recuerdos,

fuertes piedras que caen sin estruendo

cuando revivo la feria de mi viejo,

la placita, el club, la iglesia

las carreras en la calle de la estación,

comprar la galleta bien blanca y

la tierra volando en ese ambiente ingobernable.

 

Me sofoca el calor de estas memorias,

del ciruelo en la casa del vecino,

las miradas indiscretas de la chusma de enfrente

el perro que ladra y se escapa,

toda la barra que lo busca,

el olor inconfundible de pasto quemado

y porque no, las lluvias absorbidas

que otras veces se hacen laguna.

 

Me inunda esta nostalgia

que me atrapa una y otra vez

cuando pienso en Germania

y no logro despegarlo de mi cuerpo,

mis fosas nasales continúan impregnadas

con aquél irresponsable aroma a jazmines.

 

Las lágrimas le nublaron la visión. Con paso lento volvió a su casa. Se acostó en la cama que cada día le parecía más grande e intentó conciliar el sueño.  Como siempre, había dejado las persianas abiertas por lo que el amanecer marino le llegó sin que hubiera logrado dormir.

Muy temprano se dirigió hacia el bosque fundacional, el que rodea la casa del viejo Gesell.  Lo hacía cada vez que estaba triste, por lo que esas caminatas eran casi cotidianas.  Le gustaba recorrer con la yema de los dedos las hojas de algunos añosos árboles. Reconocía vida en cada una de ellas y sentía el valor de la epopeya de don Carlos. ¡Cuanta fuerza, que coraje había tenido el fundador para lograr que su sueño se transformara en realidad! Él había perdido las ganas de luchar y sus sueños.   ¡Y había tenido tantos! Por ellos y por sus ideales, había dejado jirones de vida en los años de plomo. Había perdido amigos que pensaban y luchaban por lo mismo que el y sentido como se le escapaba la vida entre sus brazos a un gran amor, víctima de las balas de la dictadura asesinadora.  Muchas veces, en honor a ellos, se decía que debía volver a creer en él y recomenzar la lucha, pero jamás lo había intentado.

Los amigos y los amores perdidos eran muchos, tantos que era su peso el que lo estaba matando lentamente.

La monotonía de su paseo se interrumpió cuando ante sus ojos apareció una mujer.

Instintivamente miró su reloj. Apenas habían pasado unos minutos de las 8 de la mañana.

Estaba frente al museo, mirando y acariciando unas coloridas fresias. Arrodillándose, olió su perfume. Un poco más allá estaban las no me olvides. Se dirigió hacia ellas y como si fuera un rito, hizo exactamente lo mismo. Parece una mariposa, se dijo.  Era joven, estaba  vestida con ropas de colores suaves,  su cabello apenas tenía un tinte rojizo y cuando sus miradas se encontraron, notó que tenía ojos profundos y bellos.  Hola- le dijo sonriendo la mujer. Hola – respondió sorprendido. Instintivamente se acercaron. El, formalmente le tendió la mano.  Al estrecharla la de ella, sintió su calor y no pudo evitar un estremecimiento. – Me llamo Mariana- le dijo. Eduardo- respondió.  Te gustan las flores, parecía que estabas bebiendo su néctar... Ella sonrió. – Si- le dijo- me fascinan. En cada una de ellas descubro cosas muy diferentes.  Las vivo con todos mis sentidos.  Ninguna textura se parece, obviamente su perfume también es distinto, sus formas, sus colores, hasta su sabor, ya que  a veces, - dijo sonriendo – suelo poner algunos pétalos en mi boca. Y te digo un secreto... Hasta las escucho. Cada una tiene su propia historia...   El le dijo que sentía lo mismo con las hojas de los árboles. - Menos mal que estamos solos- dijo ella- si alguien nos escucha puede creer que estamos locos... – Quizás lo estemos – respondió sonriendo. Se sorprendió al notarlo. Hacía tanto tiempo que no sonreía... Comenzaron a caminar juntos lentamente hacia la salida.  En pocos minutos Mariana le contó que había salido de Santa Rosa hacía algunos meses y que había emprendido el viaje de descubrimiento de si misma. Que estaba encontrando  respuestas a preguntas que siempre se había hecho, pero que estas generaban a su vez otras preguntas. – En definitiva- agregó – estoy viviendo. Aunque me golpee – prosiguió – es la única manera que entiendo la vida. ¿Ensayo y error? Preguntó Eduardo. “Si- respondió ella. Aunque duela”.

Caminaron por la Buenos Aires, siguieron por la 3 y cuando pasaban Torino, la invitó  tomar un café.  Allí, sentados frente a frente, él le habló  de su vida. Le resulto fácil mirar sus ojos y descubrir en ellos la gran espiritualidad de Mariana.  Te quiero hacer un regalo, le dijo. Sacó un papel de su bolsillo y le escribió:

 

Consiguen tus ojos

absorber hasta lo ínfimo,

lo más pequeño, lo habitual,

lo ajeno, y lo propio.

Consiguen obtener mis miradas,

mis palabras,

mis silencios y mis sonrisas.

Consiguen que mis ojos

busquen tu mirada de ojos color vida,

de brillo suficiente, por demás.

Consiguen que en cada lugar

exista ni más ni menos que el sol,

que ilumina mis silencios.

 

Mariana lo leyó sonriendo y luego le tomó la mano. – Gracias- le dijo.

Eduardo sintió en ese contacto que se abría una puerta. Creo que deberíamos vernos otra vez- le dijo. Ella respondió con el solo hecho de apretar más su mano.  – Me gustaría invitarte a cenar – agregó – soy un excelente cocinero”.  “Y yo – dijo ella – sonriendo – una gran degustadora de la buena mesa...” “Entonces, esta noche, en mi casa –dijo-  Será la primera vez que una mariposa llegue a ella". Mariana se sorprendió... “Me llamaste mariposa... Yo me identifico con ellas... por muchas cuestiones... Por sus cambios, por su búsqueda de la belleza, por su libertad...”

Eduardo le dio la dirección y se despidieron con un suave beso en los labios.

Antes de volver a su casa, compró un gran ramo de fresias. – No puede existir una mariposa sin flores, se dijo.

Ni bien entró encendió su PC y escribió pensando en Mariana y en lo que habían hablado un nuevo poema:

 

La mariposa picaronamente revoloteaba

entre las flores, buscando la que definitivamente fuera” su flor”.
Era un vuelo necesario, que contenía
las pinturas del cielo y los juguetes del mar.
Se habían producido cambios en la mariposa
al haberse llenado sus alas de un naranja del amanecer marino,
y de un amarillo  brillante del sol en lo alto

que se entrelazaban con los múltiples azules que duermen en el mar
y con infinidad de pincelazos de la coloración
del arco iris y los médanos.
La mariposa volaba formando un tejido
de colores en mi ventana,
hasta que detuvo su indomable vuelo.
Y hoy, sin tiempo ni espacio,
como si levitara en medio de la nada,
su cuerpo fue desintegrándose
en infinidades de partículas

que con el morir de los segundos
fueron transformándose
en la forma de tu rostro.
Pero es normal, la mariposa muta.
Primero fue oruga,
y al no gustarse se volvió mariposa.
Al ser mariposa se dio cuenta
que no era completamente bella.
Y se transformo en vos.

 

Mientras preparaba la cena, por primera vez en muchos años cantó sus canciones preferidas, esas que hablaban del amor y de la vida. Se sentía feliz.

A la hora prevista escuchó unos suaves golpes en la puerta. Presuroso se dirigió hacia ella y la abrió. Allí estaba Mariana. Bella. Sonriente. Se quedaron unos instantes frente a frente. Sus ojos se encontraron. Sus manos se buscaron y mágicamente sus labios se encontraron en el beso fundacional.

Quizás para ellos se estaban terminando las búsquedas y soledades. Quizás...

 

Escuchá Mariposas La Mancha de Rolando

 

 
ATRÁS   ADELAN