El cafecito de Germán Delgado

LOS HACEDORES DE NIEBLA


Por circunstancias de la vida, he estado muy cerca del máximo cargo  ejecutivo de un gobierno de la Nación, y he podido darme cuenta de que el ascenso a las posiciones de mando envuelve un progresivo aislamiento. Sobre todo cuando se conoce de manera previa a quien por coyuntura de la vida es encumbrado.

El líder es un solitario. Íngrimo y solo. El contacto con el poder, la presencia del poder, el disfrute del poder implican la subida a la montaña, sin compañía alguna, para el diálogo con Jehová entre zarzas ardientes.

Tengo el convencimiento de que todo hombre –en el poder o no- trata de hacer las cosas lo mejor posible. La maldad es cosa de ignorancia, de no saber, como dicen los orientales. “No saben lo que hacen”. Cuando se está en el poder, ese deseo de tener éxito es aún mayor. “Está construyendo su propia gloria”, se afirma del líder que ha alcanzado la posibilidad de realizarse. Y es cierto. Pero también es cierto que en el mismo instante de acceder al mando, comienza a levantarse la niebla del aislamiento que poco a poco habrá de separarlo de sus propias fuentes de energía. Es como Anteo, hijo de la tierra, a quien Hércules ahogó manteniéndolo en el aire, separado de su madre, para privarlo así de su vitalidad.

Esa niebla es obra de quienes temen que el hombre en el poder pueda oír otras voces que las suyas y vea la realidad desde otro ángulo. Y mientras habla de diálogo, en verdad es el que menos dialoga. Mucho menos con los suyos, con aquellos que nada esperan de él, salvo la coherencia.

Van creando filtros, obstáculos, vallas al contacto directo con las gentes esperanzadas. Van poniendo tapones en los tímpanos del líder, para que no oiga las opiniones honestas –equivocadas o no, pero honestas- de quienes desean el triunfo del hombre en el poder, no por interés personal, ni por temor a las consecuencias de un fracaso, sino por amistad, por generosidad humana, por orgullo de ver a uno de los suyos destacarse como creador.

Esos conjuradores de niebla, esos a quienes llamaría yo “los aisladores”, van creando en el hombre en el poder la convicción de su infalibilidad y lo acondicionan para no reaccionar sino ante los elogios. A estos, más que a nada, temía Bolívar. Y mucho antes que Bolívar, dos hombres que mandaron al mismo tiempo –Arún al Raschid y Carlomagno- buscaron remedio a ese peligro; el uno, paseándose disfrazado de mercader por las calles de Bagdad para saber lo que la gente pensaba de su reino; el otro, enviando por todas las tierras del imperio a hombres probos –missi dominici- para informarle de la realidad.

Hoy no se hace ni eso. Es mejor siempre bajarse los lienzos, arrodillarse, poner en marcha los ni más ni menos diecisiete músculos para la lengua y once para los labios, que interviene en la succión de glandes y callar las cosas que deberían decir. Es el estigma de los peteros del poder: Se incapaces de generar puentes entre el solitario del poder y la gente. Ellos los levantan y llenan la fosa de cocodrilos. Es ya tiempo de cambiar.

 

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