Opinión

EL ESTADISTA, LOS OBSECUENTES Y LOS CONSECUENTES
 

Un estadista, un verdadero estadista, es aquel que además de comprender la realidad del presente, sabe mirar más allá de la coyuntura y problemática cotidiana, y tiene una clara visión del futuro, del camino a seguir y de las metas a alcanzar.

Un estadista es eficiente y no efectista. Sabe que ha sido electo pero no se siente un elegido. Y antes de regalar pescados, enseña a pescar.

Un estadista cuenta con equipos interdisciplinarios altamente capacitados que desarrollan y ponen en la práctica planes estratégicos en materia de cultura, educación, salud, seguridad, vivienda, desarrollo, pensando no solo en el Municipio, también en el de los próximos cinco, diez, quince, veinte años.

Un estadista es prospectivo antes que retrospectivo. Se ocupa del futuro antes de preocuparse por problemas del pasado trayéndolo al presente y reavivando heridas. Y si utiliza la retrospectiva, sólo lo hace para sacar conclusiones integradoras, evitar cometer los mismos errores que se cometieron antes, y rescatar y aplicar medidas de probado éxito.

Un estadista no habla en primera persona, sino desde el “nosotros”, porque sabe que su éxito depende de todos, tanto del equipo que le da sustento teórico y aplicación práctica a su propuesta de gobierno, como de todos los ciudadanos que desde su lugar de trabajo, desde sus familias, contribuyen al engrandecimiento de una nación.

Un estadista no se maneja a impulsos orgásmicos, cediendo o concediendo sólo porque le da placer dar o quitar. O le sirve.  La prospectiva que implementa todo estadista implica también anticiparse a los hechos, ejercer de algún modo la medicina preventiva en el tejido social del Distrito.

Un estadista no se borra jamás. Asume sus responsabilidades y es capaz de pagar los costos políticos de un error.

Un estadista suma y no resta.

Un estadista incluye y no excluye.

En síntesis, los geselinos necesitamos un Estadista, y está en el intendente  pasar a la Historia como tal. Tiene una oportunidad histórica. Tiene madera, una cuota de poder, apoyo popular.

Le quedan casi dos años de gestión. Luego deberá revalidar títulos sí se modifica la Ley que impide hasta el momento su reelección y lo desea. En el lapso que lo lleva a octubre de 2023 no deberá cometer errores.  

Sumará en este tránsito adeptos, claro. Y deberán sortear entonces, otros obstáculos: la improvisación de algunos ambiciosos hacedores de negocitos electorales sumados a sus espacios, que carentes de ideología y principios solo pretenden prenderse de las  botamangas, con el objetivo de asegurarse un lugarcito bajo el sol. Y en esta búsqueda, si es necesario, traicionando. Desbrozado el camino de los infaltables trepadores, podrán darle a su marcha el paso necesario.

Las destrucciones son mucho más sencillas que las construcciones, claro.

Además de las traiciones, la desidia, la impericia, hay un germen que se mete en el corazón de los líderes, y que es el que irremediablemente lleva a un espacio político, a un gobierno, a equivocarse permanentemente. Lo contagian los aduladores, los alcahuetes... Es el virus de la omnipresencia

Los lobos acechan al Intendente. Los obsecuentes van a traicionarlo. Solo estarán a su lado los consecuentes. Y un estadista, debe también ser capaz de darse cuenta de la diferencia que existe entre unos y otros.

 

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