El derrumbe y las víctimas LA INFORMACIÓN QUE DUELE La incesante búsqueda de os rescatistas, hasta ahora, logró extraer del derrumbe a una pareja. La mujer con vida y su marido fallecido. Se sabe que hay al menos 7 personas más desaparecidas.
La búsqueda El equipo de rastreo busca todavía a por lo menos siete personas, pero espera terminar de precisar la cantidad durante las próximas horas. Tres de ellos son José Nahuel Stefanic (25), su novia Dana Desimone (28) y la tía del joven, María Rosa Stefanic (52), quien era además la dueña del complejo Las autoridades confirmaron que Mariano Troiano, de 47 años, y Matías Chaspman, de 26, quedaron atrapados bajo las ruinas del edificio de diez pisos, ubicado en Buenos Aires y calle 1, pasada la una de la madrugada del martes.
Rescatados Federico César Ciocchini, de 84 años, es por el momento la única víctima fatal del derrumbe del hotel Dubrovnik en Villa Gesell. Su cuerpo fue encontrado el martes a media mañana entre los escombros por personal de Bomberos. Su esposa, María Josefa Bonazza, fue rescatada con vida en estado crítico y trasladada al hospital Regional de Mar del Plata. El matrimonio se encontraba en un departamento del edificio “Alfio”, contiguo al hotel derrumbado. La pareja de jubilados era oriunda de la ciudad bonaerense de Balcarce.
El fallecido Ciocchini, según sus registros, estaba registrado en los rubros de arte y espectáculos de la AFIP. La relación con el arte no es casual. Federico fue hijo de Cleto Ciocchini, un destacado pintor de la primera mitad del siglo pasado, quien desarrolló la mayor parte de su carrera en la ciudad de Mar del Plata. Sus obras se caracterizaron por reflejar la vida, los personajes y los típicos paisajes del puerto marplatense. Estudió en Roma, Florencia, París y Madrid y además expuso sus pinturas en otras ciudades europeas. La ciudad de Mar del Plata, en donde vivió por unos 40 años, lo homenajeó bautizando con su nombre el Museo del Hombre del Puerto. Murió el 20 de noviembre de 1974, a los 75 años.
A modo de cierre Sostener, arreglar, bancar, aguantar suelen ser las primeras reacciones ante el tambaleo de lo existente. La antesala de un posible derrumbe. Vibra el piso donde supuestamente nos sostenemos, tiemblan las instituciones donde supuestamente nos alojamos, se tensan las fibras afectivas de los colectivos que habitamos, se resquebrajan los roles que dan lugar a lo que nombramos como familia, grupo. Si cada uno es un pedacito entramado en cada territorio donde circulamos, cuando alguno estalla, el estallido se siente, algo implosiona. Desesperadamente tratamos de arreglar el bache, emparchar la pérdida, nos ponemos debajo para sostener la pesada estructura, muchas veces creyendo que depende de nosotros, porque nosotros existimos allí también. Nos cansamos, explotamos, sacrificamos por un «bien mayor», para que las cosas sigan andando, como sea.
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