El construccionismo como práctica

LA SOCIEDAD Y SUS REALIDADES

El paradigma de gran parte de esta nota,  puede situarse teóricamente dentro de la comunicación política en la línea del “construccionismo”, sosteniendo que la fundamental premisa que esta perspectiva invoca es que la realidad es un producto social, y que los primeros significados por los cuales la realidad es construida, pertenecen al lenguaje. Obviamente hay una idea en todo este abordaje, en el sentido de que la verdad, los argumentos y las evidencias son construcciones sociales.

 

Lo que se pretende es que la gente pueda interpretar los actos de acuerdo a los intereses o a las definiciones que de manera previa o posterior se vayan instalando desde el gobierno mediante su comunicación.

El enfoque construccionista ubica el énfasis de investigación sobre las ideas o los significados políticos y los procesos por los cuales la gente adquiere el sentido del mundo político. Ese proceso es continuo y dinámico y genera una espiral activa de interpretaciones y reinterpretaciones constantes, basándose siempre en

lenguajes simbólicos que ponen en funcionamiento diferentes pensamientos o sentimientos. Se considera en este modelo que las emociones juegan un rol activo en la resonancia e interpretación de los mensajes

Cuando se dice que se gobierna bien pero se comunica mal, se dice una mentira. La comunicación política tiene un objetivo: generar consenso. Si la comunicación política no actúa bien, no hay consenso y si no hay consenso, no hay buena gestión. El consenso es la búsqueda de acuerdos políticamente operantes centrados en la idea de que, si bien puede haber (y de hecho probablemente siempre existan)

grupos en los márgenes del consenso, o bien fuera de éste, las políticas de un gobierno deben ser aceptadas socialmente por la mayor cantidad de personas. Éste también es un modo de entender la legitimidad como elemento clave para dotar de estabilidad a un gobierno. Por ello, el cambio social discontinuo, que crea fuertes desequilibrios entre las expectativas y las posibilidades, hace del consenso y por ende de la estabilidad política, un bien escaso.

Pero estando claro que la generación de consenso para un gobierno no es una empresa sencilla no está muy claro con qué instrumental argumental cuenta un gobernante para estimular estratégicamente la comunicación gubernamental, en

especial, la comunicación que haga posible el acompañar y mejorar la eficacia de la gestión del Estado, es decir, el poder proyectar, desarrollar y hacer de modo eficaz y sistemática cierta cantidad de políticas públicas en las mejores condiciones posibles.

Esta visión del construccionismo escapa al planteo inicial centrado sólo en medios, y se ubica preferentemente en el intento de construir sentido político desde el gobierno. Este es, sin duda alguna, el enfoque menos abordado en las investigaciones y teorizaciones construccionistas, y por lejos el más polémico.

El construccionismo crea o enfatiza problemas para avanzar con sus políticas, o bien, muchos de los verdaderos problemas son construcciones simbólicas y políticas para justificar el accionar del gobierno. Pero ello no es igual al concepto

de kitsch político, pues este actúa sobre una base testeada exclusivamente, reduciendo la actividad de creatividad política, que pasa a rodearse de una alta previsibilidad y trabaja con manifestaciones o acciones públicas con alto potencial de aceptación, lo que transforma o reorienta a la opinión pública, en un plebiscito dispuesto a la aclamación, a la acogida, a un clima psicológico favorable.

Pero el construccionismo gubernamental es diferente pues no sólo testea ambientes, los construye o al menos avanza en el intento.

Se puede apreciar que hay riesgos en su uso aunque son propios de cualquier actuación gubernamental, tenga o no un estilo construccionista, más allá que este tiene una serie de características relevantes sobre las que es prudente discurrir: lazos de confianza e identificación entre representante y representado, una narrativa acorde a esos lazos, el público no desarrolla una total comprensión de muchos. De pronto, la redacción puede parecer confusa, quizás sea demasiado académica, pero tiene el objetivo de dejar sentado desde lo teórico algo que es sumamente sencillo desde lo cotidiano.

Comunicar es la primera y elemental acción de carácter social que realiza una comunidad organizada.

Quien dirige y toma decisiones que todos los días afectan a miles de personas no puede disociar su labor de la de comunicar (derivado de comulgar) es decir, está ligado al concepto de “dar y recibir” Este es el sentido profundo que un dirigente político debe dar a la comunicación.

No solo se debe pensar e implementar estrategias para que la comunidad conozca sus actos de gobierno, sino también instalar mecanismos de respuestas y reciprocidad. De esta manera el líder sabe también lo que la comunidad necesita y busca, entonces, de esa manera, podrá actuar en consecuencia.

Motiva la comunicación que hace que el ciudadano quiera el servicio y lo sienta como suyo. Que descubra que en él hay respuesta a una necesidad que le preocupa. Se debe lograr que él ciudadano de se cuenta que el servicio está personalizado para él.

En una gestión de gobierno exitosa, la comunicación es un factor clave e insustituible para que la comunidad valore las acciones políticas y contribuya a revertir o construir una imagen de Municipio determinada.

Es cierto que esta transformación sólo es posible de alcanzar cuando existe una gestión de gobierno exitosa, entendiendo por “éxito” el cumplimiento del objetivo básico: Asegurar una justa distribución del bien común  a la mayor cantidad posible de habitantes que, por un lapso determinado, están bajo su mandato.

Un gobierno debe gobernar con políticas públicas, las que no están aisladas. Un gobierno es la suma de políticas públicas y debe apuntar a que un ciudadano pueda juzgar al gobierno en general y no a una política en particular. Puede ser que una política funcione bien y que tenga impacto social, pero si la gente tiene una mala predisposición para el gobierno en general, quiere decir que se está haciendo una

política bien y tal vez otras mal, afectando al consenso del gobierno. La comunicación política debe apuntar a sostener al gobierno a través de un proyecto general de gobierno. Éste necesita dar cuenta del norte estratégico, del rumbo de la política general del gobierno que permita a los ciudadanos vislumbrar el futuro deseado, a la vez que comprender los temas clave que están en un horizonte creíble y puedan convertirse en mito de gobierno, como conjunto de buenas razones para creer.

Se insiste en que la comunicación aquí no es un vacío, ni una mera burbuja demagógica, sino que comunicar es, en parte, fundar la realidad tal cual es, haciéndola propia, modificándola. El trabajo del gobierno consiste entonces en conseguir que su mensaje se perciba como realidad, y su estrategia, la

elección de las palabras con las que argumenta para su defensa y su causa. Pero todo gobierno, a la hora de comunicar, debe tener un proyecto general de gobierno, vale decir un modelo de itinerario socialmente aceptado, o por lo menos, debe encargarse de instalarlo para evitar caer en el cortoplacismo y salir así de la trampa de la inmediatez, de las demandas impostergables (normalmente

de muy difícil y lenta solución). La expresión más funcional y que trasciende y supera al proyecto general de gobierno es el mito.

En realidad, se puede hablar indistintamente de visión general, proyecto general de gobierno,

norte estratégico, rumbo de gobierno, valores no perentorios a priori, grandes lineamientos, orientación

estratégica, aludiendo exactamente a lo mismo. Sin embargo, el concepto de mito los incluye y, más  aun, trasciende estos conceptos, en tanto representa exactamente lo mismo que los sinónimos descritos, sólo que incluye la condición de apropiación desde la ciudadanía. El mito es la “metapolítica”, el “núcleo” que permanece mucho más rígido, con menor variabilidad -ello no quiere decir inmutable que simboliza la dirección, voluntad y justificación de las políticas.

Así, el mito, en tanto elemento útil como construcción de sentido, tal vez pueda ser entendido en la breve definición de Girardet como “un sistema de creencias coherente y completo”. El mito permite una propaganda de integración (y se forma tanto de la imagen -como una percepción social- como de la identidad: lo que se es en tanto organización, con su gente, con sus cosas. Y aunque puedan no coincidir en algún momento, a la larga, dichos conceptos se van unificando, y la imagen tiende a reflejar lo que verdaderamente se es.

Pero el mito, en caso de que se lo confunda con la identidad, es mucho más que ésta, aunque sería correcto ubicar en concepciones recientes a la identidad, particularmente la corporativa, en el sentido

de comprenderla no sólo como un elemento que juega con necesidades internas y con expectativas externas, sino que, además, considera el peso de las fuerzas del ambiente y una consideración del modo en que ello contribuye al cambio identitario.

El mito político es parte constitutiva de la comunicación política de un gobernante, y es dable imaginar también que una vez lanzado a lo público, toma vida y existe “independientemente de sus eventuales usuarios; se les impone mucho más de lo que ellos contribuyen a su elaboración”. Dejan de ser meras amplificaciones distorsionadas de la realidad, sino que guardan relación más o menos directa

con el sustrato fáctico, aunque de manera cualitativa muestren una verdadera mutación que desconoce la cronología y relativiza las situaciones y acontecimientos Por ello, es una herramienta de comunicación simbólica que debe ser de uso regular y constante en la construcción de sentido social y político para que se constituya en fuente generadora de consensos. Pero más allá de lo dicho y del alcance persuasivo, el campo de la argumentación no es ilimitado, sino que se circunscribe a los ámbitos de lo verosímil, lo plausible y lo probable. Y en el último caso, sólo en la medida en que eso se considera probable escapa a la certeza del cálculo.

De lo expuesto, se deduce que el único requisito para que un mito se constituya como tal, ya sea en acuerdos tácitos o en posturas explícitas y escritas, es la brevedad, puesto que no constituye un compendio exacto de todas las políticas públicas y valores que lo sustentan. Todo el desarrollo comunicacional denominado “imágenes de marca” que utilizan los Estados en todos sus niveles y que son motivados por los gobiernos, son ejemplos de mitos cristalizados en fórmulas comunicacionales simplificadoras que dan cuenta de la brevedad aludida.

Diferenciarse de una gestión malograda que puede tener hasta ribetes escandalosos y que dejó una imagen de decadencia y “poca claridad” instalada, implica trabajar en sintonía  para que lo que se diga, invariablemente esté unido a lo que se hace.

Lo malo es que hay apatía desde los emisores del mensaje y desde los decodificadores del mismo.

De esta manera la comunidad organizada se desorganiza y los hacedores de niebla van ganado terreno.

Por circunstancias de la vida, he estado muy cerca del máximo cargo  ejecutivo de un gobierno de la Nación, y he podido darme cuenta de que el ascenso a las posiciones de mando envuelve un progresivo aislamiento. Sobre todo cuando se conoce de manera previa a quien por coyuntura de la vida es encumbrado.

El líder es un solitario. Íngrimo y solo. El contacto con el poder, la presencia del poder, el disfrute del poder implican la subida a la montaña, sin compañía alguna, para el diálogo con Jehová entre zarzas ardientes.

Tengo el convencimiento de que todo hombre –en el poder o no- trata de hacer las cosas lo mejor posible. La maldad es cosa de ignorancia, de no saber, como dicen los orientales. “No saben lo que hacen”. Cuando se está en el poder, ese deseo de tener éxito es aún mayor. “Está construyendo su propia gloria”, se afirma del líder que ha alcanzado la posibilidad de realizarse. Y es cierto. Pero también es cierto que en el mismo instante de acceder al mando, comienza a levantarse la niebla del aislamiento que poco a poco habrá de separarlo de sus propias fuentes de energía. Es como Anteo, hijo de la tierra, a quien Hércules ahogó manteniéndolo en el aire, separado de su madre, para privarlo así de su vitalidad.

Esa niebla es obra de quienes temen que el hombre en el poder pueda oír otras voces que las suyas y vea la realidad desde otro ángulo. Y mientras habla de diálogo, en verdad es el que menos dialoga. Mucho menos con los suyos, con aquellos que nada esperan de él, salvo la coherencia.

Van creando filtros, obstáculos, vallas al contacto directo con las gentes esperanzadas. Van poniendo tapones en los tímpanos del líder, para que no oiga las opiniones honestas –equivocadas o no, pero honestas- de quienes desean el triunfo del hombre en el poder, no por interés personal, ni por temor a las consecuencias de un fracaso, sino por amistad, por generosidad humana, por orgullo de ver a uno de los suyos destacarse como creador.

Esos conjuradores de niebla, esos a quienes llamaría yo “los aisladores”, van creando en el hombre en el poder la convicción de su infalibilidad y lo acondicionan para no reaccionar sino ante los elogios. A estos, más que a nada, temía Bolívar. Y mucho antes que Bolívar, dos hombres que mandaron al mismo tiempo –Arún al Raschid y Carlomagno- buscaron remedio a ese peligro; el uno, paseándose disfrazado de mercader por las calles de Bagdad para saber lo que la gente pensaba de su reino; el otro, enviando por todas las tierras del imperio a hombres probos –missi dominici- para informarle de la realidad.

Hoy no se hace ni eso. Es mejor siempre bajarse los lienzos, arrodillarse, poner en marcha los ni más ni menos diecisiete músculos para la lengua y once para los labios, que interviene en la succión de glandes y callar las cosas que deberían decir. Es el estigma de los peteros del poder: Son incapaces de generar puentes entre el solitario del poder y la gente. Ellos los levantan y llenan la fosa de cocodrilos. Y así nos irá.

 

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