Escribir sobre la felicidad

JODIDÍSMA LITERATURA MENOR

 

Me gustaría escribir una nota sobre la felicidad, pero no me animo. No es fácil. La tristeza, la desdicha, la tragedia, son mucho más accesibles: tienen recovecos que se pueden explorar hasta el hartazgo; se las mira desde distintos ángulos, o ni siquiera se las mira porque son terribles. Facilísimo. Con la felicidad es otra cosa porque, salvo después de enunciarla, ¿qué se puede hacer? Nada; nada como no sea repetir la descripción del panorama chato y bien iluminado de la dicha tintineante, brillante, constante y sonante. Gran cosa. A los cinco renglones, quien estaba leyendo tira el libro, revista o lo que fuere y se va a jugar al solitario con el celular. Bueno, también se puede recurrir a algún subterfugio y hablar de la dicha como quien no quiere la cosa, o mejor, como quien está hablando de otro tema y el de la felicidad se desliza por entre las letras y termina por estar ahí sin que nadie se dé cuenta hasta que no es demasiado tarde. ¿Ve? Por ese lado quizá se podría intentar la hazaña sin necesidad de que haya alguien que sea feliz y coma perdiz. Ejemplo: cómo se hace para llegar a ser feliz. Ah, pero eso es como los libros de autoayuda. ¡Alto ahí! Esas cosas de autoayuda no son libros. Tienen toda la apariencia de, pero son productos destinados a que los ingenuos los compren y se los lleven a sus casas con el convencimiento de que los van a poner sobre la mesa ratona del living y desde allí van a salir los efluvios (como los de los vaporizadores de olor a lavanda para los baños, ¿no?) que sembrarán felicidad hasta en los rincones de la casa, horror. Así que no, por ese lado vamos mal. Pero si ya hemos abandonado el qué y acabamos de dejar de lado el cómo, pasemos entonces al agente productor. O sea: quién es el encargado de la felicidad. El destino. Andá, yo no creo en el destino. Los dioses. Menos. Los astros. Salí, preguntale a la Squirru, salí. Bueno, entonces quién. Ah, depende del momento histórico. Sospecho que el Nearderthal era feliz. ¿Por qué no? El mundo estaba recién estrenado, había comida, aguas no contaminadas, Nearderthalas divinas que andaban buscando guerra, casi toda la gente como uno estaba dedicada a inventar el lenguaje y la música (recomiendo leer Los Neardertales cantaban rap, de Steven Mithen), los árboles daban frutos y no había dólares ni ejército ni dietas para adelgazar. Sí, ya sé, algo debe haber pasado porque el Homo Sapiens no era por lo visto tan Sapiens y extinguió a los dulces Neardertales y se apoderó de sus territorios. De ahí en adelante la cosa se puso fulera y andando la historia el señor Aristóteles tuvo algo que decir al respecto. El señor Maquiavelo también. Pero el señor Maquiavelo era astuto y eficiente y sus puntos de vista le sacan ronchas al ciudadano honesto y bien intencionado. Los Luises de Francia ni hablemos porque a los únicos que querían hacer felices era a sí mismos y a sus favoritas tocadas de pelucas y de lunares. Y a los descubridores y conquistadores pasémoslos por alto no sea que nos contagien. Mala gente, sin duda; salvo uno que otro curita de por ahí, mala, muy mala gente a la que no le importaba la felicidad si no venía pegada al oro de las Indias. Bueno, pero ¿y la otra gente, la que estaba en el lugar en el que se suponía que había oro a carradas? Tentado estoy de decir que eran tan felices como los Neandertales pero me acuerdo de los cuchillos de piedra pulida entrando a sacar los corazones de los sacrificados y trato de ser menos apresurado. Caramba, ¿es que nadie en este mundo está destinado a hacer felices a los demás? No, las iglesias tampoco, las religiones tampoco, que ambas a dos parecen destinadas a someter a la culpa y la desdicha a sus pobres feligreses. Volvamos a los griegos, que siempre, por hache o por be, por alfa o por gamma se vuelve a los griegos. Eureka: los gobiernos son los que están destinados (por los dioses, pero tratemos de dejar a los dioses fuera del asunto) a hacer felices a sus gobernados. Qué bueno. Tenemos solucionado el problema. Los gobiernos no están destinados a hacer su santa (malhadada) voluntad, sino a hacernos felices. No tienen que meter la mano en la lata, sino repartir los denarios entre los pobres de este mundo. No tienen que hacer ostentación de riqueza, belleza, elegancia, sino mantener un aspecto modesto, humilde y amistoso. No tienen que sentirse dueños sino servidores de las gentes a las que gobiernan. No tienen que habitar palacios, sino casitas de barrio. No tienen que guiar carrozas, sino autitos de segunda mano. No tienen que gritar y aullar, sino hablar suavemente y tratar de convencer o aceptar ser convencidos. No tienen que insultar, sino alabar. No tienen que tener lameculos, sino amigos. Al fin y al cabo no era tan difícil este asunto de la felicidad.

ATRÁS   ADELANTE