Historias de Germania

TUTE CABRERO


Oro, copa espada y basto,
como pintas del amor,
las primeras traen encanto
y las otras penas son.
Quiso el destino fallar a mi suerte
dejándome con las malas.

Frente a frente, cara a cara,
muchas veces me encontré
con un mazo que tallara
y mi fe para vencer.
Si yo que fui punto bravo en el juego,
una sota me ha vencido.

“Oro, copa, espada, basto”

Tango de Emilio Magaldi y  Antonio Esteban Tello

 

Cada vez que llego a Germania, recorro los lugares de siempre. Los mismos en los que estuvo mí viejo y ahora está mi hermano. Uno de ellos es el Club, el Centro... Las mismas paredes, otros protagonistas, la misma necesidad de encontrarse y de enfrentarse en un juego de naipes. Hoy, el club es diferente,  es cierto, menos mesas y la falta de esa “pica” a muerte en algunas contiendas en las que se ponía en juego mucho más que dinero. “Ir al mostrador” y pagar la mesa era un escarnio no fácil de olvidar. Por eso estaba la necesidad de la revancha al día siguiente.

Escribir sobre el juego y sobre mí pueblo es fascinante, tanto como es  hacerlo sobre el tango, al que cada día le encuentro más riqueza literaria.

Precisamente en el tango son muchos los poemas en donde el juego está presente como anécdota o como metáfora. Anécdota, de personajes que desafían o se someten a las caprichosas reglas del azar. La hombría en el tango, necesita para realizarse  rendir algunas asignaturas básicas. Una de ellas es la timba. No hay hombre sin ese requisito. El aprendizaje no es sencillo, pero es inexcusable. El personaje del tango, juega, pero no lo hace por entretenimiento, todo lo contrario. El juego es una manera, a veces trágica, de estar en la vida, una manera de relacionarse con los dilemas del mundo, una manera de ser hombre en definitiva. El que no se somete a esas reglas es un “gil”, un “otario”, la peor descalificación del universo tanguero.

Celedonio Flores escribió “Muchacho”  y cuestionando la falta de experiencia del niño bien dice: “Y no sabés qué es secarse en una timba y armarse para volverse a meter”.

Algo parecido ocurre con el tango de Héctor Marcó, “Mis consejos”. Otra vez el hombre que está de vuelta que trata de transmitirle su experiencia al joven que recién se inicia en la noche. “La vida es una rula con cien números de engaños y si entrás a largar fichas como un hongo te secás”. En nuestro género, Celedonio Flores es un maestro a la hora de establecer relaciones entre la vida y la timba, al punto que muy bien podría decirse que las mejores metáforas de este gran poeta están relacionadas con el juego. “Cuántas veces con un cuatro a un envido dije: quiero, y otra vez me fui a baraja sobrando con treinta y tres”, dice en “Cuando me entrés a fallar”. En “Tengo miedo” y “Canchero”, la intensidad poética se mantiene. “En la timba de la vida me planté con siete y medio, siendo la única parada de la vida que acerté, yo ya estaba en la pendiente de la ruina sin remedio, pero un día dije planto y ese día me planté”. O,”Ya, después, en la carpeta empecé a probar fortuna, y muchas veces la suerte me fue amistosa y cordial, y otras veces salí seco a chamuyar con la luna por las calles sensibleras de solitario arrabal. Me hice de aguante en la timba y corrido en la milonga, desconfiado en la carpeta lo mismo que en el amor...”

En  “Escolaso” Francisco García Jiménez dice: “En descartes pensativos se entreveran por mi frente fulerías del presente con primores del ayer ¡Era linda la que quise! ¡Tuve resto en el bolsillo! Puro lujo, puro brillo, puro dar sin recoger”. Es la hora en la que un hombre que ha pasado por todas reflexiona sobre su vida y esa reflexión es amarga y heroica. La última estrofa es antológica: “Escolaso de mis años que en el pase de sus noches, se quedó con los derroches de mi generosidad, yo bien sé cómo se vuelve de la última parada, con un gris de madrugada y un dolor de soledad”. Si los argumentos del tango a algunos no lo satisfacen, aconsejo leer “El Jugador” de Fedor Dostoievski, un escritor que, además de ser genial, en este caso sabía muy bien de lo que estaba hablando.

Es complejo meterse en estas cuestiones desde la literatura. No es sencillo escribir del juego en tu pueblo. Por eso, vale la pena hacer una distinción: En Germania existía la timba, donde se movía una importante cantidad de dinero y la que llevó a varios pueblerinos a vivir situaciones económicas y familiares complejas. No vale la pena referirse a estos temas. Pero, también estaban las partidas que se disputaban en el club, aquellas de la que ser parte era como prenderse en el pecho la medalla de jugador. Cuando yo era chico, una de ellas me fascinaba. Era la más importante. Solo se “armaba” al mediodía en la mesa más grande del club, redonda, de fórmica blanca con algunas líneas celestes que se entrecruzaban, casi imperceptibles ya por haberse gastado con el paso del tiempo y el correr de la baraja. Estaba ubicada frente a la estufa a leña, cerca de la ventana. Cinco sillas la rodeaban, y  tenían sus dueños. Eran los hombres del “tute cabrero”, la mesa “de primera”. Nadie que no perteneciera a esa clase osaba en sentarse. Solo podían tener el privilegio de ser “patos”. A medida que llegaban se iban sentando hasta que se completaba el número. Habitualmente, el primero en ocupar “su silla” era “Tito” Diz, después llegaba “Petiso” Cencione. Se completaba con la llegada del “Zorro” Madrid; Raúl Guerrini, el “Gordo” Pederzoli; Carlos Perugini;  mí viejo… Entonces el conserje llevaba los naipes, el plato con los porotos y el gran desafío comenzaba. Treinta y dos naipes se ponían en juego ya que al mazo se le quitaban los dos y los cuatros. A los integrantes de esa mesa les gustaba que el dador diera vuelta el último naipe para determinar el palo del triunfo. Otros seguían un orden establecido: Oro, copa, espada, basto…

El tute es un juego que no admite errores. Se trazan en silencio y en cada mano estrategias de guerra. Los aliados son circunstanciales, como los enemigos. Uno debe perder. "Si todos ganan... ¿quién pierde?", es el concepto que resume el argumento de la obra "Tute cabrero", de Roberto Cossa, que fue estrenada en cine en 1968 y en teatro en 1981 y que cuenta la historia de cómo tres personajes, de generaciones diferentes, deben resolver ellos mismos el problema que les plantea la empresa para la que trabajan: es necesario reducir la cantidad de personal y uno de ellos debe irse…  El que se iba, sería el perdedor. Y en la “Mesa redonda de los caballeros del Tute” perder era casi cruel.  Los derrotados eran los primeros que debían irse.  El tránsito hacia el mostrador a pagar “los cafés” parecía interminable, eran seguidos por la mirada de los ganadores y de los “patos”. Sabían los perdedores que detrás de ellos todos sonreían.  Por eso,  algunos preferían irse sin pagar, con la complicidad del conserje que meticulosamente, tenía todo anotado. Tanto que hasta se podía saber con certeza quienes eran los más “pagadores”. También se jugaba al Codillo, al Truco, a la Loba, al Chinchón. Cada juego con sus seguidores. Aunque los del tute y el codillo eran casi siempre los mismos. Hoy el Club es muy distinto. Los actores son otros, los juegos también. Pero esa ya es otra historia.

 

 
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